El sector bancario no es ajeno a la situación de incertidumbre actual, teniendo que gestionar sus consecuencias al tiempo que ejerce como engranaje esencial del sistema financiero, y en buena parte social, de un país
Nadie logra escapar a los tiempos difíciles que se viven actualmente a escala global. La pandemia y la guerra en Ucrania han supuesto dos crisis con profundo impacto a todos los niveles, incluido el económico. En este sentido, cobra vital importancia la salud de la banca que, a pesar de las dificultades, en España parte de una situación relativamente favorable para seguir ejerciendo como motor del engranaje financiero nacional.
Según ha apuntado recientemente Pablo Hernández de Cos, gobernador del Banco de España, la rentabilidad de la banca española ha seguido con su mejoría en la primera mitad de año. El ROE - indicador más usado por analistas financieros para medir la rentabilidad de una empresa - de los bancos españoles se situó en el 10 por ciento en el primer trimestre de 2021, dos puntos porcentuales más que en junio de 2019 antes de la pandemia.
Y aunque pueda parecer un dato más, es una gran noticia para la sociedad española. Y es que la función del sector bancario, que en los últimos años ha estado en el punto de mira de muchos, resulta y ha resultado fundamental para garantizar un sostén económico, y social, en momentos críticos como los que estamos viviendo.
En este sentido, durante la crisis del COVID-19, los bancos españoles jugaron un papel clave en el mantenimiento de miles de puestos de trabajo, colaborando con el Estado a través de las líneas de crédito ICO para la supervivencia de empresas y negocios. En 2020, el año más duro de la pandemia, empresas y autónomos recibieron un total de 140.000 millones de euros de financiación, convirtiéndose en uno de los programas de financiación más ambiciosos de los puestos en marcha en Europa.
Y es que, los bancos siempre han estado al servicio de la sociedad, como demuestran también las medidas desplegadas durante la guerra de Ucrania para aliviar los costes financieros a determinadas empresas o facilitar la ayuda humanitaria requerida por los que tuvieron que abandonar apresuradamente su país. O en estos momentos de incertidumbre provocados por la elevada inflación o la subida de la factura energética, poniéndose al servicio de las familias que más dificultades puedan estar encontrando mediante la firma de un protocolo de medidas hipotecarias con el Gobierno, que actualiza el Código de Buenas Prácticas.
Un acuerdo que, por cierto, coincide en el tiempo con el conocido como «impuesto a los bancos» que se quiere aplicar aduciendo que la subida de los tipos de interés se traducen en beneficios extraordinarios. Según la Asociación Española de la Banca (AEB), esta carga «es un error, ya que puede debilitar la capacidad del sector para proporcionar crédito, esencial para apuntalar la recuperación económica y generar puestos de trabajo». En términos de impuestos de sociedades, la banca ya es el colectivo al que más cargas fiscales se le aplican con un tipo del 30%, muy lejos del 1% que afrontan las Sociedades de Inversión.
Uno de los handicap con el que juega el sector bancario es precisamente el desconocimiento sobre su funcionamiento por parte de la población. Porque si nos fijamos en términos como la rentabilidad, los márgenes no son amplios a pesar de moverse en un marco de grandes volúmenes. La subida de los tipos de interés que se está produciendo desde 2021 es una decisión de política monetaria que adoptan los bancos centrales precisamente para atajar esa elevada inflación y contener los precios, mientras que las entidades son únicamente transmisoras de esa política monetaria. Además, como han explicado numerosos economistas y organismos, que suban los tipos de interés no implica necesariamente una mejora de la rentabilidad de la banca, ni se traduce automáticamente en mayores beneficios, ya que afecta tanto positiva como negativamente a la cuenta de resultados.
Lo que se aprendió tras la reestructuración de 2012
Con la compleja situación económica actual, es comprensible el temor a una nueva crisis económica como la que desembocó en la reestructuración del sector en 2012, y no de un rescate como tal. Pero ese escenario no está sobre la mesa, precisamente por la mayor fortaleza del sector bancario. Hace una década tuvo lugar una tormenta perfecta que combinó desequilibrios macroeconómicos, la resaca de la crisis inmobiliaria y los ataques especulativos a la deuda por parte de los mercados.
Fue, además, un rescate destinado a entidades concretas, no a la banca en general, que desde entonces ha contribuido para ayudar a las entidades con problemas. En este sentido, las ayudas netas del FROB han ascendido a 42.561 millones de euros según el Banco de España, tras descontar los 4.500 millones recuperados y los 9.500 millones de recuperaciones estimadas por Bankia.
A su vez, el Fondo de Garantía de Depósitos de Entidades de Crédito ha realizado ayudas por 23.164 millones de euros, a lo que hay que sumar otros 2.600 millones de capital aportado por los bancos al Sareb, el «banco malo» al que se transfirieron activos de las entidades con problemas en la crisis anterior.
El sector bancario aprendió de aquel momento de crisis, concretando un proceso de ajuste y consolidación que ya había empezado antes de ese momento. Hoy, en España contamos con un sector más concentrado, más rentable y más sólido que le permite seguir actuando como red de seguridad para la economía de todo el estado, y el progreso de todos los que en él vivimos.