Sentirse vivo... y saludar a la muerte

EXTRA VOZ

El perfil medio del practicante de un deporte de riesgo es, según un grupo de expertos franceses que acaban de elaboran un estudio sobre  esta moda , el de un varón, con necesidad de sensaciones fuertes. Y muy meticuloso.

24 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Reflexionaba hace pocas fechas el psiquiatra Luis Ferrer i Balsebre, en este mismo periódico, que tras la moda de los maratones populares que recorren las ciudades de media España cada fin de semana se esconde en realidad una carrera mental en dirección opuesta a la muerte, inevitable a la postre. Y bromeaba, no sin cierta desazón: «En diez años no habrá presupuesto para arreglar tanta rodilla rota». La obsesión por la inmortalidad se traslada ahora al deporte compulsivo y, en último caso, a las actividades de riesgo. Martha Cecile, investigadora en Psicología Social en el Instituto de Ciencias del Movimiento de Marsella, siguió durante un año y medio a 40 fanáticos del salto base en su país. Tras estos meses de observación estableció una especie de retrato robot del practicante: «Un hombre que, en la inmensa mayoría de los casos (por razones ante todo hormonales ligadas a la mezcla de testosterona, la hormona masculina, y dopamina, la del placer) necesita unas sensaciones fuertes superiores a la media». Por el contrario, según Cecile, no son impulsivos. «Afrontan su deporte de manera muy meticulosa y los que tienen más accidentes son precisamente los más arrebatados», destaca. Deportes extremos o de riesgo han dejado de ser el coto privado de un puñado de iniciados para saltar al primer plano, gracias a las nuevas tecnologías y a la necesidad de rebelarse contra sociedades cada vez más seguras. En Estados Unidos, las autoridades han tenido que regular la práctica de este tipo de deportes en escenarios como el Parque Nacional de Yosemite, precisamente donde murió la semana pasada Dean Potter mientras hacía escalada-base. «Ahora muchos practicantes de estos deportes se graban en vídeo y eso cambia todo», destaca el psicólogo Nicolas Cazenave, de la Universidad de Tolousse. «Existe un componente narcisista que antes no se daba, cuando estas prácticas eran más desconocidas», subraya. Basta con repasar las plataformas  en Internet para encontrar imágenes espectaculares... o inquietantes. «Se enfrentan a través de vídeos, lo que aumenta los riesgos, porque una vez que se consigue hacer algo hay que pasar a otra cosa más arriesgada», estima Cazenave. Las tecnologías y materiales para estos deportes son también cada vez más accesibles. El wingsuit, el traje con alas especialmente diseñado para volar, se ha «democratizado» tras el salto del austríaco Felix Baumgartner desde la estratosfera, organizado por Red Bull, que ha encontrado en este tipo de deportes su imagen publicitaria de marca.  «Hay un clima de inventiva creciente», dice el profesor Cazenave. «Las nuevas tecnologías lo permiten, son más accesibles. Y por otra parte porque nuestra sociedad tiende a poner cada vez más frenos, imponiendo más protecciones físicas y limitaciones de velocidad en el día a día. Los deportistas extremos buscan superarse», afirma.  El profesor Nicolas Cazenave también ha detectado en los practicantes «una falta de regulación de las emociones» y la necesidad de sentir peligro para sentirse «sumamente vivos». 

Pero ha tenido que esperar el deporte a estas prácticas para ser mortal? Muchos pueden pensar en la Fórmula 1 y otros deportes de motor, aunque Jean Griffet, un especialista en deportes acuáticos extremos, cree que en las nuevas prácticas impera «la ley del  todo o nada».