Un estilo de vida. Si existiese una máquina capaz de transportar a las personas en el espacio, ayer afirmaría haberla cogido. Me encontraba en Pantín, Valdoviño. Sin embargo, por momentos me sentía en la costa californiana. De estos segundos de omnipresencia que viví es responsable la escuela de surf O'Neill, que ayer celebró en el arenal valdoviñés una sesión para niños de iniciación al surf. Una decena de monitores españoles y americanos fueron los encargados de impartir a pie de playa una clase muy didáctica sobre este deporte. Me acerco a uno de ellos, que me recibe con un hello. Chapurreando inglés, me entero de que es Christopher Lynch, responsable del equipo de profesores americanos de O 'Neill. Es la séptima vez que participa en esta iniciativa, y apunta: «Ahora venimos de Holanda de realizar la misma actividad allí». Cuando me explica que el objetivo de las clases es trasladar a los jóvenes el californian lifestyle, esto es, el estilo de vida californiano, viajo de nuevo en la máquina, y me creo que estoy al otro lado del Atlántico. El acento gallego de Marcos Pita, responsable de la escuela que O'Neill tiene en Pantín, me devuelve a la playa de Valdoviño. El monitor local señala que la mayoría de los chicos que ayer y hoy disfrutan de las clases de surf tienen alguna idea de cómo es este deporte: «Lo importante es que le pierdan el miedo al agua y cojan soltura con la tabla». Viendo cómo bailan los chiquillos con las olas, una se da cuenta de lo rápido que se absorben los conocimientos cuando se es pequeño. Ayer asistieron a las clases, que son gratuitas, cerca de medio centenar de jóvenes de entre 8 y 16 años. Hoy lo harán otros tantos. Un apasionado con sólo 11 años. Enfundado en un traje de neopreno, Carlos Otero, de sólo 11 años sale del agua con su tabla. Pese a su corta edad, echa la vista atrás y recuerda cómo arrancó su pasión por el surf: «De pequeño, empecé con paipo, y a los 9 me animé y ya llevo tres años practicando». Asegura que se lo está pasando en grande en Pantín, no sólo por el deporte, sino también por la convivencia. Los chicos están desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde en la playa, lo que permite a los críos iniciarse en el surf; y a los padres, darse un respiro. Los pequeños están permanentemente controlados, en agua y tierra. Idoia Meabe, monitora e integrante del equipo O 'Neill de España, comenta que se hacen grupos de diez chicos, que son acompañados por un profesor español y otro americano. «El mar está bastante tranquilo, eso es importante para que no le cojan miedo al agua. Al principio, hay que empujarles pero luego ya van solos», relata. Una buena oportunidad. Los chicos salen del agua cansados y con un hambre voraz. La organización ya les tiene preparada la comida. El objetivo es coger fuerzas para continuar por la tarde. Yo me alejo con mi máquina transportadora. El Pantín más californiano queda atrás. A los ricos mojitos. Ya que en esta Mirilla dispongo del don de la ubicuidad, elijo irme a Cuba. Dicho y hecho, me traslado al Pazo Libunca, en Narón. El jefe de cocina del restaurante, Óscar García, me tiene preparado un amplio abanico de platos tradicionales de la isla. En realidad no son para mí, sino para las 220 personas que el martes se animaron a disfrutar de la fiesta cubana que organizó este establecimiento naronés. Entre las delicias que se pudieron degustar había yuca frita, sancocho, langosta a la cubana, arroz con leche de coco y panatella, entre otros platos. Para bajar la barriga después del copioso banquete, nada mejor que bailar al ritmo del grupo La troba camaguayana con un mojito o una caipiriña en la mano. Desde luego, California, Cuba... no está nada mal para ser mi primer viaje en la máquina transportadora. Habrá más.