De los Ideales a los puros Cohiba

TEXTO Beatriz Antón FOTO José Pardo

FERROL

Ella empezó a fumar a los 18; a él, en cambio, jamás le enganchó el tabaco. Pero los dos, padre e hija, han vivido siempre entre humo, pipas y mecheros

07 dic 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

Si Sara Montiel o Moncho Alpuente viviesen en Ferrol, uno de sus rincones predilectos estaría de seguro en la Casa del Fumador. Allí doña Sara de la Mancha podría cantar aquel Fumando espero, al hombre que yo quiero entre Farias y Cohibas, mientras que el segundo -fundador del Club de Fumadores por la Tolerancia junto a Carmen Rico Godoy, Mingote o Javier Marías, entre otros muchos- disfrutaría de lo lindo dibujando espirales de humo con un Chester o un Malboro.

Y es que el estanque de Amboage es toda una institución en A Magdalena. Tras abandonar su Ortigueira natal, Rodolfo Pena Armada lo fundó en 1971, después de diez años dedicado en cuerpo y alma a la hostelería. Porque, en la calle Real -la misma arteria urbana donde ahora está la Casa del Fumador, pero unos cuantos portales más cerca de Capitanía-, este hombre sonriente y amable regentó durante una década el bar Rovi Pevi, hoy conocido como Asturias. Rovi surgió de la unión de su nombre y el de su mujer (Rodolfo y Victoria), y Pevi, claro está, de sus apellidos (Pena y Villasuso). El negocio permaneció abierto diez años, pero a Rodolfo el apodo de Rovi ya le quedó para toda la vida.

Tanto él como su esposa estaban contentos poniendo cañas y sirviendo tapas tras la barra del bar, pero también se sentían muy cansados. Así que un buen día Rodolfo decidió tomar las riendas del estanco que había frente a su bar. Como estaba muy viejo, tiró el edificio abajo y levantó otro nuevo. Y fue así como nació la Casa del Fumador.

Por aquel entonces, la vida en el estanco era muy diferente. Ferrol vivía una época de vacas gordas y el establecimiento siempre estaba a rebosar de marineros y trabajadores que acudían puntuales a su cita con los Ideales, los cuarterones, los Celtas sin filtro o los paquetes de Récord, la marca estrella en aquellos felices años 70.

«En esos tiempos, muchos operarios de la Bazán venían a trabajar en lancha, así que, tras desembarcar en el puerto, enfilaban la calle San Francisco y siempre hacían una parada en el estanco», recuerda con un halo de nostalgia en la voz Rovi. «Y los marineros -apunta rauda su hija Elena- hacían lo mismo por la tarde, después de las seis, cuando les daban el permiso para ir a pasear».

Entonces ella era solo una niña, pero a Elena ya le gustaba revolotear por el estanco, escondida detrás del mostrador. Cuenta que siempre le gustó estar allí, charlar con los clientes, echar una mano allá donde hiciese falta. Y por eso no lo dudó cuando le tocó tomar el relevo del negocio. «Para mí, este trabajo es muy agradecido; me encanta conocer a mis clientes y verlos cada día», dice Elena entre calada y calada, mientras su padre, que nunca ha fumado, la mira atentamente.

A ella le han tocado otros tiempos. De los Ideales que vendía Rovi pasó a despachar como si fuesen rosquillas los luckies , el LM, los Chester, el Winston... Y sus clientes, a diferencia de los de su padre, ya no tienen que hacer cola, aunque Elena no se queja: «Con la crisis -explica- no dejamos de vender, pero sí notamos que la gente estira más la cajetilla o se compra marcas más baratas».

Ahora en la Casa del Fumador ya no se pueden encontrar las «cosas insospechadas» que hubo tiempo atrás -«como crema de afeitar o cordones de zapatos», apunta entre risas Elena-, pero el local mantiene su esencia. En las estanterías, continúan llamando la atención las preciosas pipas de madera. Y bajo el mostrador, las doradas cajas de puros. Padre e hija cuentan que antes se vendían mucho los Álvaros, mientras que ahora los reyes son los Farias y los puros cubanos. Esos exquisitos Cohiba... Y por supuesto, también siguen allí, con su sonrisa perenne, Rovi y Elena. Los estanqueros de Amboage.