Tras las huellas del abuelo Antonio

TEXTO Beatriz Antón FOTO José Pardo

FERROL

Paco Otero heredó el oficio de carpintero de su padre y hace ya algunos años que se lo transmitió a su hijo; ahora los dos trabajan juntos en su taller familiar de Maniños

28 dic 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

En el caso de los Otero, lo de la expresión De tal palo, tal astilla está plenamente justificado. Además de compartir nombre y primer apellido, los dos tienen el mismo oficio y, por si eso fuera poco, Francisco padre y Francisco hijo pasan la mayor parte de su tiempo juntos, trabajando codo con codo en el taller de carpintería que ambos comandan en la parroquia fenesa de Maniños.

Sin embargo -y a poco que se escarbe en la conversación- las diferencias no tardan en aflorar. Porque cada uno tiene su estilo. Su forma personal de trabajar. El padre, de carácter tranquilo, se confiesa más tradicional, mientras que el hijo -más impulsivo- siempre se las está ingeniando para introducir un toque de modernidad en el negocio. Y es ahí donde, en ocasiones, saltan las chispas.

«A veces me cuesta trabajo hacerle ver que las cosas se pueden hacer de forma diferente, pero yo creo que eso es porque él lleva muchos años en el oficio, trabajando solo», explica el hijo. Y lo cierto es que no le falta razón. Porque Francisco Otero Fernández lleva ya más de media vida entre tablones de madera, martillos y lijas. Él mismo cuenta que heredó la profesión de su padre, Antonio Otero, quien, tras llevar las riendas de un aserradero, montó una empresa de carpintería en la estación de Franza. De allí, al principio, salían sobre todo mesas camillas y chineros -que el padre de Antonio distribuía al por mayor gracias al ferrocarril-, y más tarde, cuando el negocio se inclinó por la ebanistería, todo tipo de butacas, dormitorios completos, sillas, comedores...

«A los quince años yo ya andaba por allí, echando una mano donde hiciese falta», cuenta Otero volando con la memoria al pasado. Tras varios años trabajando con su padre, Francisco montó su propio taller. Y fue allí donde, casi sin quererlo, le transmitió el oficio a su hijo, consiguiendo que la saga familiar de los Otero carpinteros alcanzase su tercera generación.

Pero esa saga no siempre tuvo tan clara la continuidad. Porque Francisco hijo cuenta que de pequeño nunca imaginó que terminaría siendo carpintero. Lo suyo con la madera fue un amor a fuego lento. «Al principio me metí en esto porque no quería seguir estudiando y aquí tenía el trabajo asegurado, pero después le fui cogiendo el gustillo... Y ahora me gusta muchísimo», cuenta Otero Sánchez.

El padre solo tiene elogios para su hijo: «Ha traído ideas nuevas al negocio», dice. Y éste también para su padre: «Es un buen carpintero y a trabajador no hay quien le gane; echa las horas que hagan falta y más».