Estamos a ruche

Guillermo Ferrández

FERROL

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28 mar 2011 . Actualizado a las 14:19 h.

En Ferrol estamos a ruche o a ruchi desde hace demasiado tiempo, y esto parece que tiene difícil solución. Ya decía en mi libro El Ferrolano que la expresión a ruche procedía de lo que llamé «hablas de tránsito», es decir una serie de palabras procedentes de los lugares más dispares de nuestra geografía y que por razones socioeconómicas de todos bien conocidas se afincaron en nuestra ciudad porque aquí encontraron su significado pleno, por lo menos a lo largo del siglo XIX, durante la gran crisis de la construcción naval después del desastre de Trafalgar.

De procedencia aragonesa o murciana, en las dos regiones tiene el significado de estar sin blanca. En Murcia el jugador que perdía todo en una partida de cartas se decía que se quedaba a ruche; la expresión está recogida en el DRAE así como en el María Moliner e incluso Corominas en su diccionario etimológico le dedicó una entrada importante relacionándola con rucho, al parecer burro o asno en aragonés.

La expresión a ruche aparece recogida en el panocho murcia, si bien remitiéndola siempre al habla aragonesa. Como vemos se utiliza normalmente, que yo sepa, con el verbo estar o quedar; en Andalucía, Granda por ejemplo, se usa más con el verbo quedar. Aquí en Ferrol yo creo que lo utilizamos indistintamente con cualquiera de los dos verbos, «me quedé a ruche» o «estoy a ruche».

Todos los diccionarios

A pesar de que todos los diccionarios consultados coinciden en atribuir a la palabra origen aragonés o murciano, en ninguno he visto que hagan referencia a Galicia, y sin embargo me consta que en algunos lugares de Galicia se dice «a ruche» con el significado que estamos hablando y en todo caso en Ferrol es una expresión que hemos hecho nuestra fuese cual fuese su procedencia. Lo cual viene a probar la procedencia tan diversa de los habitantes que conformaron Ferrol a lo largo de los siglos.

Sin duda el crecimiento californiano que tuvo nuestra ciudad a lo largo del siglo XVIII condicionó toda nuestra habla hasta extremos que no podemos imaginarnos.