Ferrol camina al filo de lo convulso. La crispación está ahí. Se nota. Y no solo a través de los múltiples colectivos que ejercen su derecho a la protesta tanto en la calle como de otros modos. Se nota en lo cotidiano. En el día a día.
Ferrol camina convulso, depresivo, tiritando. Con la angustia ahogándole el pecho como una losa. Es la ruta de la incertidumbre. El trazado hacia la nada. Porque eso, nada, es lo que se otea, de momento, en el horizonte.
Ferrol vive hoy con la nostalgia de lo que fue y ya no es. Con la idea clara en la conciencia colectiva de que, precisamente, eso es lo que falta. Ideas claras. Porque del pasado ni se vive ni se come.
La sociedad de Ferrol se agita entre estertores mientras el entramado establecido de siglas de toda clase intentan sacar su tajada de esa agonía. La superestructura se acomoda, se gusta, en las diferentes ideologías, cada uno a lo suyo y soñando con las urnas. Que, parece, es lo que más les importa. O lo único.
Tanto se ha habituado al administrado al doble lenguaje que ya lo da por hecho. Hay uno, el de verdad, que es que el habla usted. Y hay otro, perfumado de política e intereses, que trata de fábulas, espirales, dimes y diretes, triquiñuelas... Todo un macrocosmos de grandilocuentes máximas que, en la práctica, no se traducen en nada.
Ferrol, en fin, camina al filo de lo convulso. Esperando, quizá, tocar fondo para volver a subir. Mientras, la brecha entre la calle y los despachos se agranda. Y la crispación trepa como una enredadera.