Me para un señor en la calle, me pide una ayuda, le escucho su dolorosa situación. No tenía ningún ingreso y se vio obligado a abandonar a la familia, a la espera de encontrar trabajo. Tenía un viejo libro sobre la Guerra Civil, y cuando le saqué a relucir la situación del país, rápidamente me espetó: con Franco no había paro. Sin duda hay personas que piensan lo mismo. Me interesó su opinión y me detuve a contarle que aquellos tiempos no deben volver nunca más, y le fui desgranando la situación de aquella época en la que había dos millones de emigrantes que aportaban a las arcas públicas divisas a montón. Comentamos cómo las mujeres fueron expulsadas del mercado de trabajo, obligándolas a su función natural, que era el cuidado de la familia y la subordinación al padre o al marido, lo que supuso un ahorro importante para el Estado, que cerró comedores, guarderías, residencias, clínicas. Intervino y me habló de la sangría que supuso la guerra, la pérdida de los valores democráticos, del estraperlo, de los niños de la guerra enviados a otros países.
Conocía todo esto mejor que yo. Me manifestó que era amante de la lectura, pero como es natural estaba muy amargado, me dio su versión sobre la represión franquista a todos los que no estaban de acuerdo con el Fuero del Trabajo de 1938; relató casos cargados de dramatismo, momentos trágicos; comentó casos de superación personal como antídoto para que no se repita la historia. Fue una charla a pie de calle que me proporcionó multitud de lecciones en la opinión de una de tantas personas que piden ayuda para vivir.
Le recordé que con Franco, en tiempos de aquella paz retórica, nunca se conoció el número de parados. Había un inmenso silencio sobre el tema, por las severas leyes represivas, que les permitía arrancar hasta la última raíz de los elementos que no participaban con aquel régimen. Se sentó en el suelo, tenía al lado el perro que lo acompañaba y un rótulo en un cartón que decía: «Quiero trabajo». Pasa una señora, nos mira y deja caer unas monedas en su vaso de Coca-Cola. Me dice: «Para mí es muy importante esa mujer, tiene comprensión y amor. Los demás contribuís a nuestro suicidio lento pero asegurado». Me fui pensando en las últimas palabras de una persona abatida, con ganas de pregonar los males que nos rodean.