«La soledad del faro es la libertad»

Ana F. Cuba ESTACA DE BARES

FERROL

I. F.

«Hace años que soy el único habitante de Estaca, en 40 años la población del Porto y la Vila de Bares bajó a la mitad»

17 may 2024 . Actualizado a las 18:32 h.

Hasta las gallinas parecen alborotadas por la mudanza, o tal vez sea culpa del azor, «que las tiene abrasadas». «Ahora soy un jubilado que, en su tiempo, fue farero». Así se siente Eugenio Linares Guallart (Oviedo, 1953) una semana después de su retiro como técnico de señales marítimas, en el faro de Estaca de Bares. «Vine aquí en 1979, eran seis meses de prácticas, pero se alargó por un año; después salieron vacantes y en dos años anduve todos los faros de Asturias, de suplente, buscando el ideal para vivir», relata. Entonces quedó una plaza libre en Bares. «Queríamos naturaleza para criar a los niños, no ciudad; era un sitio idílico, con una playa de aguas cristalinas y una isla desierta [A Coelleira]».

«Pescaba, cazaba y arreglaba cosas del faro, lo que me pedía Manuel Rivera [el encargado, que falleció en enero], una gran persona». «Ni se sabe» lo que pescó con el fusil de gomas que compró en una tienda de Tapia de Casariego de camino «al paraíso». «Repartía con los demás fareros [otras tres familias], a Manuel le gustaban los pintos y me traía huevos de sus gallinas», relata.

Aquel joven exploró el entorno de Estaca de Bares, «bajando por un acantilado y subiendo por otro», con la caña o con la escopeta y la fox terrier adiestrada para el rastreo de corzos y jabalíes -«hoy son plaga y entonces solo había perdices y arceas [...], ahora soy ecologista, he evolucionado]-. Su mujer enseñaba pintura a niños de varios pueblos del entorno y de aquellas clases surgieron amistades con personas del ámbito cultural y jóvenes empresarios. «Y estaban mis compañeros de la partida de tute, en el teleclub de la Vila de Bares, hace más de 30 años. Antes de tener coche iba andando todos los días. Muchos habían estado en la emigración, en Brasil, Bélgica o Venezuela, y contaban historias curiosísimas, todos me trataron maravillosamente... Hasta que don Manuel [Vázquez Rodeiro, médico en O Barqueiro durante años] empezó a prohibirles el vino y aquello comenzó a venirse abajo», sonríe. «Cantaban, Ramiro [que murió recientemente] con su repertorio... Y se gritaba. ¿Para qué? Para que oigan los del otro lado de la calle [donde se encuentra el cementerio]».

En 2016, Eugenio publicó Un paseo por las piedras. «Es una obligación que asumí antes de irme, para hacer constar todo lo que he aprendido, que para la mayoría era desconocido, hallazgos de gran interés patrimonial, aunque el Concello no los valore. Ahora voy a tener tiempo y voy a seguir escribiendo. Aquí he conocido a cantidad de gente e historias, son muchos personajes... Pacheco [otro vecino ya fallecido] se paseaba por la noche con la escopeta al hombro cazando zorros a la luz de luna», narra.

Una noche, echando la partida en la Marina, en el Porto, «con una bajamar enorme, a alguien se le ocurrió ir a coger longueirones y Supermán [también desaparecido] trajo el arado. La vaca se desbocó, nos pillaron las olas... Paseamos la playa hasta la Igrexa Vella y aunque no hicimos ningún daño, si hubiera venido la Xunta, hasta la vaca va presa».

La profesión le ha librado «del azote del despertador», la condena de algún amigo. «La soledad del faro es la libertad, puedes hacer lo que quieras: también te limita porque no hay quien te eche una mano. En esa soledad hay momentos felices, cuando ves un halcón cazando una gaviota, un zorro [acechando el gallinero] o los atunes saltando, como este verano; nadie te perturba».

El tesoro del pirata inglés

En la isla Coelleira -en la ría, con un faro erigido sobre un templo-, un día se topó con una moneda de cobre en la boca de una madriguera de conejos. «Era inglesa, de 1800 y pico, marqué el lugar con unas piedras. Pensé ‘aquí debe haber un tesoro, un pirata inglés que escondió el cofre, volveré con un sacho’». Pero aún no ha logrado dar con la cueva. «La felicidad son esos momentos de descubrimiento». Y las noches de verano con la guitarra -«la música ha sido una manera de distraer el tiempo»- en el terraza del Centro, cantando con amigos locales y foráneos.

«Ya hace años que soy el único habitante de Estaca -constata-, cuando llegué había una docena de americanos y tres fareros con sus familias. En 40 años la población del Porto y la Vila bajó a la mitad». Destila añoranza. «Cuando empecé en la profesión estaba enamoradísimo, creí que era la mejor del mundo, hacíamos un servicio altruista por un poco de dinero, dando las señales a los barcos, pero ahora ya me tardaba irme. Veo que la Administración despilfarra [...]. Los fareros tuvimos nuestra época dorada, ahora se está extinguiendo y ya será otra cosa; prima la competitividad, no pueden tener a un señor en un faro esperando a que se produzca una avería», ironiza.

Las gallinas de Eugenio se irán a Loiba con su sobrina. Él vivirá entre Oviedo y la Vila, donde está rehabilitando una casa. «Mis hijos crecieron aquí y a mis nietos les encanta venir al faro a ver al abuelo... Me da un poco de pena».