Sito Sedes, el legendario cantor a quien Galicia le rendirá este domingo homenaje en Sillobre (esa es la palabra, cantor, en realidad un adjetivo, con la que él se siente más identificado, y ya decía Pla que encontrar el mejor adjetivo siempre es, además de una de las cosas más difíciles que hay en este mundo, lo más importante), me contaba ayer algo muy hermoso, tomando café ante la misma mesa de mármol desde la que ahora les escribo esta columna: que siendo él niño, cuando aún vivía en Pedre, que es un lugar que está en el centro de la Tierra de Escandoi, le gustaba salir a la huerta por las mañanas a mirar los árboles, y que para él no había mayor prodigio que ver las primeras cerezas, coloradas como el manto de un cardenal antiguo, saludando al sol entre las ramas y brillando en lo alto. Sito recuerda aquellas cerezas de su infancia, y el recuerdo se convierte, gracias a una de las más sabrosas magias de cuantas habitan el corazón humano, en una llave que le permite volver al tiempo perdido, abrir las puertas del pasado. Remontar el curso de los calendarios, regresar a los años en los que el mundo era extraordinariamente hermoso, nuevo y grande, es una de las mejores formas de intentar averiguar quién es, realmente, ese lejano pariente nuestro que nos contempla ahora desde el interior de los espejos. Sito cantará mañana en el atrio de la iglesia de Sillobre, a menos de cien pasos de la huerta en la que de niño se asombraba, como los grandes poetas de Oriente, ante el silencioso milagro de los cerezos. Y el Día Grande de As San Lucas, como cada año, irá a ver los caballos a Mondoñedo. A todos nos gusta estar donde soñamos y donde más nos quieren.