Tras el despido, las trabajadoras de La Jira, de Cariño, alertan del «abandono» de la comarca y piden «unha nova vida» para la conservera a la que han dedicado la suya
30 jun 2019 . Actualizado a las 05:00 h.Laura (nombre ficticio) tiene 52 años, trabajó en La Jira durante 22 años, 10 meses y unos días: «Entré con 21, fue mi primer y único trabajo. Quería trabajar y pedí para ir a la fábrica, viví años buenos y otros en los que solo trabajabas quince días al mes; al principio éramos de contrato y después fijas discontinuas. Durante los últimos cinco años nos fueron dando esperanzas y estuvimos pendientes de que nos volvieron a llamar». Laura y sus compañeras, casi todas vecinas de Cariño, han sido despedidas, sin derecho a desempleo ni a ningún tipo de prestación, después de dedicar «la vida entera» a la conservera Modesto Carrodeguas, ahora en liquidación.
Juana (nombre ficticio) supera los 60 años y entró en la conservera con poco más de 20: «Al principio sin seguro, ibas y ganabas por día, me vino bien porque tenía a los niños pequeños [...]. Estábamos con todas las esperanzas de volver, porque al principio nunca nos engañó, le creíamos, aunque en el fondo no fuera así, pero querías creer». Del empresario no hablan mal: «Dio muchos puestos de trabajo, siempre fue muy pagador, era como de la familia, si tenías un problema te dejaba faltar y si hacías horas llegaba el viernes y te las pagaba».
María (nombre ficticio) ronda los 50, durante más de una década encadenó contratos, hasta que la hicieron fija discontinua: «Chorei moito cando fun polos papeis. Esperto pola mañá coa sensación de que vou á fábrica [...]. Ás oito e vinte e cinco subiamos todas polas escaleiras. Ás veces teño gañas de chorar, como te reinventas aos 50? E aos 60? Quen te chama?». «Nunca vimos vir isto -reconoce-, e se o vimos vir xa foi tarde». A estas vecinas de Cariño les preocupa su futuro, el de sus familias y el de su pueblo, «nunha zona esquecida de todos». «Sentímonos abandonadas, a ninguén parece importarlle que cerre unha empresa de máis de cen traballadores [llegó a más de 200], cobrabamos 50 euros por xornada, 1.000 ao mes, case 1.200 algún. Eramos independentes, é unha satisfacción traballar e gañar, e agora ves o pobo abandonado. Quedamos desprotexidas, pendentes do que diga o Fogasa [fondo del Ministerio de Trabajo que garantiza el pago de indemnizaciones por despido o salarios]».
«Nadie mira por lo nuestro»
«Saes e dis, que sei facer eu agora, se toda a miña vida laboral foi nisto, nunha zona con historia de pesca e conserveiras, algo case endémico», plantean. Hay compañeras viudas o separadas con hipoteca e hijos; algunas se han recolocado en la hostelería o el comercio y otras han tenido que recurrir a la ayuda de la familia o subsisten gracias a la Risga (renta de inserción social). «Pedimos que se lle dea unha nova vida á fábrica. As instalacións son moi boas, hai maquinaria nova e a antiga está en bo uso [...]. Desde as administracións falan de ter fillos e emprender. Como?», se pregunta María. «Nadie mira por lo nuestro», apuntala Laura.
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Que non nos regalen nada
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Son mano de obra especializada, la mayoría con décadas de experiencia. «Non queremos que nos regalen nada». «¡Cómo nos gustaría decir ‘ay, cuánto me cuesta levantarme a las siete’!». Miran a todas partes: Xunta, Concello, Gobierno central. «As patacas que comemos non teñen ideoloxía». Saben que no existe ningún impedimento legal (licencias o permisos) para que la fábrica reanude la actividad. «Ten que haber unha empresa que a compre, un grupo inversor...».
Los recuerdos se cuelan entre los deseos. «Todas sabiamos facer de todo, eramos multiusos, empacabas, pelabas, emparrillabas, ías para o almacén embalar... Traballabamos moito, eramos conscientes de que o había que facer ben, que o teu soldo dependía do rendemento, mirabamos unhas por outras... E a conserva faciámola riquísima, o mexilón, o pulpo en botes pequenos, o atún en salsa de perdiz...».