Cultura indefensa

Jose A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

01 mar 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Tenemos el campo en guerra. Agricultores y ganaderos de toda España se han sublevado contra la situación injusta que están sufriendo. Sabemos que sus males vienen de muy atrás, pero es ahora cuando han tomado conciencia colectiva de que su triste presente les va a cerrar un futuro mejor. Es este Gobierno el que tendrá que empezar a arreglar el desastre económico que supone producir a mayor coste que el que se cobra por lo producido. Pero no empezamos bien, pues mal arreglo va a tener este problema si un vicepresidente y una ministra de ese Gobierno animan a los manifestantes a que «sigan apretando», en la nefasta línea de Torra con los CDR. Nadie, hasta ahora, ha entrado a fondo en la problemática de nuestro campo, pero no creo que sea con consejos de este tipo como se pueda resolver. Para que los políticos empezasen a entender algo, yo les recomendaría un libro del escritor inglés John Berger, que se titula Puerca tierra. En él se hace una reflexión lúcida sobre la cultura campesina, una cultura milenaria que hoy nadie aprecia, que una gran mayoría ignora y que, ahora mismo, está más indefensa que nunca. Ver hoy esta cultura como algo sin importancia, casi marginal, es un síntoma de la necedad de los tiempos que corren. Y es que, como afirma el autor, la vida moderna no puede dar la espalda a una historia de siglos por muy poco lucida y brillante que hoy pudiera aparecer.

Esta consideración general de Berger se puede aplicar, en primerísimo lugar, a España y a su vida de espaldas al mundo rural (agrícola y ganadero). Los Gobiernos, uno tras otro, no han visto que uno de los principales problemas del campo en España es la despoblación. En la primera mitad del siglo XX pasamos de una población muy ligada a los usos del campo, que vivía en él, que lo cuidaba porque era su medio de vida, al éxodo rural de los 60 provocado por la industrialización. Nadie se inmutó y, por lo tanto, nadie se interesó por el problema que se nos venía encima. Y por eso mismo, tampoco nadie se preocupó de observar lo que hacían otros países vecinos (Francia, Alemania, Holanda) en situaciones parecidas, y tratar de aprovechar sus experiencias. Por ejemplo, la aplicación de la tecnología a los cultivos de sus productos hortícolas. Su rentabilidad hizo que gran parte de la población volviese al campo. Así Holanda, un país del tamaño de Extremadura, se ha convertido en el segundo exportador de alimentos de Europa. Produce muchos más tomates y patatas que nuestro país, además de flores y plantas. La productividad es muy alta porque llevan aplicando tecnología agraria ya desde hace años, que se traduce en invernaderos de última generación. Francia, por lo que yo he leído, apunta en la misma dirección para conseguir hacer rentable el sector primario del país. La tecnología digital apenas ha entrado en nuestro campo, al contrario de lo que ocurre en el mundo industrial. Habrá que invertir, ayudar desde los organismos oficiales para que el mundo rural incorpore las nuevas técnicas. Por ahí puede empezar a solucionarse un problema tan complejo como el que están viviendo nuestros agricultores. Pero antes de nada, es necesario un precio justo para sus productos que les dé un margen razonable de ganancias para poder vivir dignamente. Algo hay que hacer para que nuestra gente del campo no dependa de lluvias torrenciales o sequías contumaces, de los aranceles caprichosos de Trump o de los grandes grupos de la alimentación en España.