Los artistas venezolanos Marian Rivera, hija del pintor Secundino Rivera, y Octavio Blanco escaparon del caos de la metrópoli para «respirar» sin miedo en O Barqueiro
08 mar 2020 . Actualizado a las 12:58 h.La ilustradora Marian Rivera (Caracas, 21 años) y su marido, el dibujante Octavio Blanco (Caracas, 24 años), han encontrado refugio en el viejo molino de viento de O Barqueiro, el que restauró su padre, el pintor Secundino Rivera (O Barqueiro, 1932-Madrid, 2013). «Llegas a un punto en que tienes que pensarte la salida, todo era extremadamente caótico, en octubre de 2017 había protestas todos los días. La crisis y el caos nos unieron mucho más», recuerda Octavio. Y se sumaron a la diáspora. «Nuestro plan inicial falló e ideamos otro, nos vinimos aquí, no teníamos que pagar alquiler y la familia nos ha ayudado muchísimo [la gallega y la venezolana]», agradece Marian, ahijada civil de Javier Ferreiro, hijo del poeta Celso Emilio.
Los tres meses que vivieron en la Gran Sabana, al sureste de Venezuela, justo antes de dejar el país, les sirvieron de transición entre la gran metrópoli y el pueblo de O Barqueiro. «Es un lugar inhóspito de verdad, la experiencia nos sirvió para ver lo que suponía vivir en el rural», apunta Octavio. Ansiaban un cambio, «otro pensamiento, otra vida». «Aquí hemos tenido la oportunidad de desintoxicarnos de Caracas, que se volvió una ciudad tóxica porque es una dictadura. Aquí nos deshicimos de muchas cosas, como el miedo a salir a la calle, que te roben y que la seguridad te eche la culpa a ti. Aquí puedes respirar», recalca Marian.
«Aquí nos deshicimos del miedo a salir a la calle, que te roben y te culpen a ti»
Hace dos años que se instalaron en el molino. «En O Barqueiro nos han acogido muy bien, no nos hemos sentido solos», reconocen. Aún les sorprende que las vecinas compartan con ellos lechugas o calabacines. «En una sociedad normal, aspiras a sentirte normal». Pero no resulta sencillo. Marian cuenta con la doble nacionalidad, pero para regularizar la situación de su marido le exigen «encontrar un trabajo por más de seis meses con un sueldo de más de 900 euros al mes, o tener 45.000 euros en la cuenta bancaria para poder mantenerlo durante cinco años y conseguir así la tarjeta de residencia». «¡Soy artista plástica!».
El legado de Secundino Rivera
La obra de su padre, uno de los artistas más reconocidos de Venezuela, que también ha expuesto en Madrid o en Galicia, los motiva. «Le estamos dando valor, representó mucho en ambos países, me ha inspirado y me gustaría ayudar a que se mantenga su legado -remarca Octavio-. Expresa cosas que todos necesitamos para pensar y reflexionar». Él y su pareja viven en una «búsqueda constante». En el molino, aparte de cobijo, han hallado inspiración. A cambio les demanda «algún cariñito», en forma de pintado o pequeña reparación. «Aquí el viento es un ente, es increíble», ríen.
Esa fuerza se refleja ya en el movimiento de la pintura de Octavio: «Antes era más oscuro y luego comencé a observar la luz, los colores de aquí, las tonalidades de morado, verde o naranja que ves reflejadas en los cuadros de su padre». «Antes solo dibujaba caras -cuenta Marian- y ahora estoy incorporando mucho más el paisaje, tratando de crear elementos oníricos, y el molino tiene mucho que ver con eso. Tienes la naturaleza al lado, sales y está el bosque». También le influyeron las barriadas de Caracas, «casas apiladas que parecen escombros desde la distancia». «El valle hermoso y justo al lado, lo urbano, la segregación socioeconómica», describe Octavio.
Muchos de sus amigos continúan en Caracas. «No se quieren ir y yo siento que puedo transmitir su situación y la mía, haciendo crítica social a través de mis cuadros, diciendo que hay mucha injusticia, no hay garantías, ricos y pobres, todos bajo un régimen autoritario», razona. Para alguna de sus obras, Marian se inspiró «en el sentimiento de desesperación de la gente, que te rompe el corazón, buscando lo bello en lo feo, desafiando los cánones».
Con cuatro años, su padre le leía La Ilíada. «Me encantaba Lorca, Dickens... Se me ocurrían cosas y mi mamá [que sigue en Caracas] las transcribía», evoca. Por su décimo cumpleaños, sus padres editaron un librito bellísimo con sus poemas y sus dibujos. Tal vez retome la escritura, centrada en la investigación. Ella y su marido han traducido del inglés dos libros de budismo y uno de acupuntura. Durante este mes exponen algunas de sus obras junto a las de Secundino Rivera, en la muestra Invenciones, en el concello de Ortigueira.