La vida en imágenes

FERROL

05 may 2020 . Actualizado a las 21:07 h.

no de los entretenimientos a los que he dedicado un tiempo generoso en este confinamiento fue el de digitalizar una gran cantidad de fotografías que tenía dispersas en álbumes y en cajas. Empecé por las más antiguas, las de mis ascendientes, rescatadas de un viejo álbum familiar que mi madre había tenido el cuidado de organizar y guardar.

Tienen para mí un gran valor sentimental, porque ahí están mis cuatro abuelos, tíos y otros familiares, todos desaparecidos ya. Predominan las de mi familia materna, y no porque fuese mi madre la que organizó el álbum y barriese para casa, sino por una razón socio-geográfica: su padre estuvo casi toda su vida trabajando en La Habana; más tarde, lo acompañaron durante años dos de sus hijos varones, y la facilidad para hacerse fotos en una capital era mucho mayor. Desde luego, mucha más que la que tenían mis abuelos paternos, que nacieron y murieron en el pueblo, donde solo había un fotógrafo profesional y donde las máquinas fotográficas eran un lujo prohibido.

De hecho, la mayor parte de las fotos que se conservan de ellos son de cuando eran mayores, hechas ya por los nietos. En todo caso, muy pocas, comparadas con el aluvión de las que nos hemos hecho todas las familias en los tiempos actuales a medida que se fueron popularizando las cámaras y los móviles. Además, antes, la gente se hacía una foto sólo cuando se celebraba un acontecimiento importante. Y eran pocos. Hoy, con el avance de la tecnología, las fotos se toman en cualquier momento y sin ningún motivo especial. De ahí que las de antes nos muestren a unas personas bien vestidas, trajeadas, y siempre muy serias y circunspectas.

Actualmente, por la espontaneidad con que se hacen y sin ningún motivo especial, salimos en ellas vestidos como acostumbramos a hacerlo normalmente, y sonriendo, gesticulando o de cualquier otra forma natural e imprevista.

Entre las de los mayores y las de nuestra época hay diferencias curiosas que son muestras evidentes de los cambios sociológicos que se han ido produciendo entre nosotros. Hay una foto que siempre me resultó impactante. Es de mis abuelos maternos, cuando debían de andar por la treintena de años: él, sentado, serio y severo; ella, detrás y de pie, apoyada con el brazo izquierdo en el respaldo de la silla del marido.

Era una pose muy común entre los matrimonios de aquella época, y un ejemplo claro de la preponderancia del hombre, una forma de marcar la importancia de uno y de otra. Una forma de discriminación injusta, pues en este caso, como en la mayoría de los matrimonios en Galicia, quien sacó adelante y educó a sus cuatro hijos fue ella, que se quedó aquí cuidando de familia y hacienda, mientras el abuelo trabajaba, sí, pero también disfrutaba, en la moderna Habana de los años 40.

Los tiempos han cambiado, y las fotografías son el testimonio gráfico y fiel de esos cambios. Por lo mismo, también reflejan lo que uno va cambiando con los años. Me veo a mí mismo tiempo atrás, y me reconozco con dificultad y… desencanto.

Ahuyenté la nostalgia con una foto histórica, merecedora de alguna distinción al disparate. Años 50: un grupo de mozos del pueblo, apretujados para que nadie quede fuera, allá al fondo de todo; pero, en primer plano, salen, nítidos y perfectos, todos los árboles y boliches del campo de la fiesta…

El único reconocible es mi tío Pepe porque tiene los dos brazos en alto, como queriendo decirle al aprendiz de fotógrafo que se acerque más... Pero, ni caso.