Mi abrazo para Fernando Miramontes es un sencillo y personal homenaje a alguien que: no era mi amigo, en el estricto sentido de esa relación, ni compañero de partido, ni de ideología política… Pero mi cariño en lo personal (con un entrañable componente de indirecta relación familiar) y la consideración en lo político tenían raíces sólidas, basadas en el respeto, en su permanente disposición al diálogo y a la relación directa con los ciudadanos. A lo que se unía mi empatía con su curiosidad, discreta y pícara a la vez, que le permitía saberlo casi todo de lo que se cocinaba en la vida política municipal. Personalmente lo conocí en una reunión privada con un mediador (cuyo nombre no revelaré porque no he podido consultárselo) cuando, en 1987, el CDS de Adolfo Suárez obtuvo cuatro actas de concejal, una de ellas la mía, y se estaba negociando la elección de alcalde. Me reconfortó su ausencia de prejuicios y su sencilla pero, en mi opinión, inteligente visión de la importancia de la política municipal y la necesidad de amplios acuerdos en el diseño de actuaciones que fuesen esenciales para el desarrollo de la ciudad. No quisiera repetir lo mucho que otros amigos o compañeros suyos, con una relación más íntima que la mía, han dicho. Pero esta bitácora es obligada. Lamentablemente obligada porque no pude, como tantas veces hice cuando me lo cruzaba en nuestros paseos, devolverle una última sonrisa... llena de ese lazo afectivo que no «depende ni del espacio ni del tiempo». Fernando Miramontes entra en nuestra historia y mi abrazo solo es uno de los miles que rodearán su memoria.