Que el nuestro es un país extraño no lo duda ya nadie que haya llegado a adulto viviendo en él. Pronto uno se da cuenta de que no alcanzamos el nivel de cualquier sociedad seria, responsable y lógica. Yo empecé a sospecharlo cuando en el segundo año de la facultad tuvimos que estudiar y analizar El Quijote: ahí me hice una idea de lo que era y de cómo era España. De la mano de Cervantes descubrimos ya que entre nosotros conviven la generosidad, la solidaridad y sentido de la justicia, que representa don Quijote, con la racanería, el oportunismo y el individualismo egoísta, que encarna Sancho Panza. También nos enseñó que sentimos un desprecio olímpico por la Justicia: en la obra, los más justos son un loco egregio (don Quijote) y un bandolero catalán (Roque Guinart), pues, cada uno a su manera, tenía un sentido natural y ético de lo que está bien o mal. Cervantes, primero heroico soldado y después funcionario recaudador, probó en su propia carne el rigor de la justicia al ser encarcelado en dos ocasiones. Con mucha ironía, sin odio ni resquemor alguno, pero con un sustrato evidente de pena y desengaño, critica el mal funcionamiento de la justicia y los intereses políticos que la condicionan. Con el paso de los años tengo la certeza de que El Quijote no solo es un reflejo de la España de aquella época, sino que retrata a la España de siempre, incluida la de ahora.
En la campaña electoral de Cataluña, los políticos independentistas presos (condenados por el Tribunal Supremo a varios años de cárcel por el golpe de Estado que todos conocemos) han dado mítines y han repetido en cada uno de ellos, varias veces, que «lo volverían a hacer». Y la Fiscalía, sin enterarse.
Ni Cervantes, tan crítico, podría sospechar que quien fue ministra de Justicia de los socialistas pudiera ser la Fiscal General, designada por los propios socialistas. Por intereses políticos y estrategia electoral, se mira para otro lado para vergüenza de la Justicia. Lo malo es que este escarnio continuado se ha extendido de arriba abajo: de los que la administran, a los que hacen las leyes, es decir, nuestros representantes en el Congreso de los Diputados. Igual legislan que la ocupación sin violencia de una vivienda no es delito, como que cualquier menor de edad puede cambiar del género masculino al femenino y viceversa, sin consultar con sus padres tan trascendente decisión. Aquí, es normal que los Tribunales impongan condenas a muchos años de cárcel a quienes cometieron algún delito de tipo económico, cuando lo que le interesa al bien común es que los condenados devuelvan el dinero robado, que paguen una multa millonaria como escarmiento, pero no que los tengamos que mantener durante todos esos años de encierro, comiendo y bebiendo a cuenta de nuestros impuestos. No se reclama ese dinero ilegítimo, que otros, o ellos mismos, acabarán disfrutando cuando queden libres.
Por la falta de respeto a la Ley y del sentido común para aplicarla, este país lleva siglos avanzando escorado como un barco viejo, sin que nadie sepa repararlo. Por eso, a mí siempre me impresionaron estos versos de uno de los grandes poetas españoles del siglo XX, Jaime Gil de Biedma: «De todas las historias de la Historia/la más triste sin duda es la de España/porque termina mal». Desde que los leí, vi en ellos esa nube negra que nos persigue desde hace siglos y que tiene mucho que ver con la burla a la Justicia y con la falta de sentido común para hacer las cosas con lógica.