Crédito devuelto

José A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

25 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El domingo pasado les hablaba de un amigo de infancia que presume cada dos por tres y sin venir a cuento, de los amigos importantes que tiene (o que él cree tener), de lo bien relacionado que está socialmente. El caso no es algo insólito, pues todos tenemos algún conocido muy dado a alardear de estas banalidades. Aunque, a veces, nos equivoquemos. Y esa equivocación la tuve yo con un señor de mi pueblo que me habló muchas veces de la gente importante que conoció en su etapa de emigrante en Buenos Aires.

Hablaba de esos personajes con un gran respeto y admiración. No había ningún tipo de engreimiento en sus palabras, pero a mí me parecía que detrás de ese relato, siempre el mismo, había como un ansia de presumir envuelto en nostalgia.

El señor, ya mayor, había regresado de Argentina donde había pasado la mayor parte de su vida. Nos contaba, a dos o tres chavales del pueblo, compañeros de bachillerato, que había tenido una sastrería en el centro de Buenos Aires. Hablaba de ella con entusiasmo. Y no tanto por el dinero que hubiese ganado -que no debería ser mucho, dada la vida sencilla que llevaban él y su mujer-, sino por la calidad de la gente que pudo conocer en ella, clientes y no clientes. A nosotros nos parecía muy raro que de una sastrería tan conocida el hombre pasase a contentarse con el modesto comercio que abrió en el pueblo. Pero también nos extrañaba que nunca hablase de dinero, ni de coches, ni de hoteles y restaurantes, sino de pintores y de gente del mundo del arte. Nos tenía desconcertados porque se salía del perfil típico del emigrante.

El problema estaba en que él nos hablaba de una gente que para nosotros era desconocida, por lo que poníamos en duda su relato.

La culpa estaba en nuestra ignorancia, que a él le costaba trabajo entender. Cuando nos hablaba de que sus más asiduos visitantes eran artistas gallegos en el exilio y citaba a Luis Seoane, Blanco Amor, Rafael Dieste, Lorenzo Varela…, y le decíamos que no los conocíamos, el hombre se escandalizaba porque no podía entender qué clase de enseñanza había en Galicia que ignoraba a sus artistas más importantes. Pero, en aquellos primeros años 60, en los libros de texto no había rastro de esos nombres ni en los colegios se hablaba de ellos. Todo lo más, nos sonaba Castelao, que era mencionado con frecuencia, casi con veneración, por nuestro vecino sastre. Y seguía dando nombres célebres de gallegos y argentinos que él había conocido, y muchos de los cuales estuvieron en su sastrería, como clientes o como tertulianos.

Y, en cierta ocasión, en un alarde no de presumir, sino de humildad, nos confesó que tuvo la suerte de que a su negocio le había ayudado mucho estar al lado, en la calle Lavalle, del taller del gran fotógrafo Anatole Saderman, adonde acudía la intelectualidad de Buenos Aires…

Muchos años más tarde, leyendo un artículo que Lorenzo Varela había publicado en la revista bonaerense Primera Plana, confirmé lo que aquel buen hombre nos había contado. En ese artículo, el escritor gallego habla de un veterano fotógrafo, Saderman, que tiene un estudio en la calle Lavalle, por donde pasaron ministros y profesores, pintores bohemios, escritores famosos… Dice de él que era un artista muy reconocido entre los intelectuales de Buenos Aires. Como la sastrería de nuestro vecino estaba al lado de ese estudio, acabé entendiendo que muchos de ellos, especialmente los gallegos, entrasen en ella y entablasen relación con su dueño. El sastre contaba la verdad.