Nada, que no hubo suerte. Ni Papá Noel, ni O Apalpador ni los Reyes Magos. No trajeron nada. Y eso que no se pedía la Luna, el bálsamo de Fierabrás, la piedra filosofal ni agua de la fuente de la eterna juventud. Ni mucho menos. Solo se pedía un proyecto de ciudad, una apuesta por el municipalismo de verdad o un acuerdo de los tres alcaldes que transitan por el palacio municipal para sacar a esta ciudad de la decadencia que la envuelve. Se ve que ni el alcalde titular Ángel Mato ni los suplentes Jorge Suárez y Rey Varela han escrito sus cartas con el convencimiento propio de quien cree que sus deseos se cumplirán.
Visto lo cual no queda más alternativa que buscar el remedio a este desamparo en la feria de Ferrol. Ya saben, ese lugar de encuentro mensual que sirve más para charlar entre vecinos que para encontrar el cachivache deseado, pero al que la costumbre nos lleva un mes sí y otro también. A ver si allí está el sable del almirante Cervera, de cuando fue Capitán General en 1905; un lápiz «Johann Sindel» de Hispania para escribir y otro «Técnico» de Ilasa para dibujar; los zurdazos del deportivista Tino, de cuando enseñaba fútbol en el Canido de veteranos; una maquinaria de reloj de Andrés Antelo; un cesto de los que usaban las mujeres para cargar piedras en el vaciado del dique de la Campana; un sextante construido en el Obrador de Instrumentos Náuticos; la pluma estilográfica de Canalejas; el cornetín de órdenes del padre de Paulino, aquel niño nacido en Esteiro que fue de la mano de su madre andando a Madrid y cambió el rumbo de la política española; el proyecto de expedición al Amazonas del aviador Iglesias Brage; un frasco de linimento Sloan de los que se usaban en los vestuarios del OAR de baloncesto, el Arsenal de fútbol, el Escuela de Máquinas de balonmano y el Xalledín de fútbol sala; las plumillas de Villaamil, los pinceles de Bello Piñeiro y la paleta de colores de Sotomayor; una entrada para el cine Callao; el cuaderno de campo del naturalista López Seoane; el discurso de agradecimiento al industrial Romero, por su regalo de la fuente Wallace; un número de la revista Voltaire; un folleto de la Fiesta del Árbol organizada por el maestro García Niebla, uno de los asesinados por la sinrazón en 1936; el chifle del contramaestre del Galatea; una gaseosa de Los 15 Hermanos; un retrato, inexistente, del ingeniero Sánchez Bort; el chibalete de una de las muchas imprentas que hubo en la calle Magdalena; los libros con los que estudió Concepción Arenal; o aquellos que le quemaron a Alonso López por firmar la Constitución de 1812.
Tal vez sea posible que una seña de identidad, una sola, aúpe la ciudad a un futuro un poco mejor. Nos vemos en la feria.