El colegio Ludy tiene 180 alumnos matriculados y una historia especial que comenzó hace 54 años, cuando Ludivina Lamas, Ludy, abrió un centro escolar pionero. Fue el primer centro que introdujo el inglés o el ajedrez en las aulas y siempre fue fiel a la inclusión para que todos los niños tuviesen la oportunidad de aprender. Ludy veló sus escolares hasta el final de su vida y su sello se ha quedado en un proyecto que en cada clase cuenta con al menos a tres o cuatro niños que han nacido en otros países.
«Damos todas las facilidades a estas familias que llegan a la ciudad, a veces tenemos problemas con el idioma, pero nos adaptamos y lo salvamos, es una riqueza esta inclusión para todos», cuenta la directora de un espacio educativo en el que hay muchos pequeños de origen magrebí o cubano. Casi todos viven cerca y son las familias las que recomiendan la escuela entre ellas. Acogen a pequeños en cualquier momento del curso y les ayudan para que no queden descolgados, aunque no lleguen al nivel del aula que les toca por edad. La última en matricularse, hace unos días, es una niña cubana que ayer trabajaba con el resto en el huerto.
El Ludy nació como un centro privado, en el 1999 pasó a ser una cooperativa de sus maestros y así continúa: como un concertado con escuela infantil desde el 2019.