En los aniversarios de la muerte de Adolfo Suárez (23-3-2014) me abrazo a la nostalgia, que no se traduce en tristeza. Es un ejercicio para revivir momentos y recuperar la sonrisa, al evocar la figura del que siempre será mi presidente… cuya memoria, como la del 23F, ya no merecen atención pública alguna. Y el olvido, cultivado por los iluminados adanistas , va penetrando, como lluvia fina, en la mente de quienes no han vivido la Transición, ni conocen nuestra historia. Pero hoy percibo una lluvia fina diferente a la del olvido: las palabras de Feijoo al anunciar su candidatura a la presidencia del PP. No es que reivindicase a Suárez. Ni correspondía. Pero su discurso, firme e inequívoco en defensa de la Constitución, las instituciones y los principios que son soporte de nuestra democracia me reconciliaron con la esperanza de que la política recupere la senda, últimamente repudiada, que se inició en el 77 (algunos protagonistas siguen luchando para conseguirlo) e hizo posible una España en la que cabíamos todos. Y un relevo político en el gobierno, uno de los objetivos prioritarios del presidente Suárez, sin odio ni revisionismos revanchistas y con la normalidad con que se produce en las democracias.
Feijoo no necesita palmeros. Y mucho menos una bitácora de reproches a quienes no lo respetan. Él responde con su respeto. Pero, con cabeza y corazón, quiero transmitir mi profunda convicción de que, después de estos lamentables tiempos de insoportable populismo, su compromiso con España, su serena y sabia madurez política serán garantía de respeto por las instituciones, de búsqueda de la concordia y de un gobierno sin sectarismos.