Hace pocos días teníamos en Madrid a todos los altos representantes políticos de los países de la OTAN, con unos asuntos muy graves entre manos para intentar resolver. Hay una guerra cruel y desigual en Ucrania, con destrucción y muertes a diario, y un serio peligro de que nos explote en Europa un conflicto nuclear. Pero el ambiente que traslucía esta reunión de líderes políticos estaba mucho más cerca de una frívola fiesta de gala retransmitida al detalle por todas las televisiones. Aquello era más propio de un festival de grandes estrellas del espectáculo que de unos señores que venían a tratar de guerras, de armamento bélico y de mucho dinero para sustentar la enorme maquinaria bélica. Cenas de gala, visitas turísticas de las parejas acompañantes, elegancia en el vestir, mucho glamour, paseo artístico por el museo del Prado, con parada para una cena exquisita, y muchas sonrisas y poses para los medios de comunicación. Algo, creo yo, de lo más improcedente en la actual situación mundial: por si lo de la guerra no fuera ya trágico, parece que se nos viene encima una recesión económica histórica, aceptada ya como fatal realidad por todos los Gobiernos de la UE. En España, además de una organización impecable (hay que reconocerlo: somos los mejores organizando saraos de este tipo), pusimos el contrapunto esotérico que no podía faltar. Una ministra española, contraria a la organización atlántica y para que su rechazo se note de forma evidente, se va de excursión a EE.UU. con tres compañeras a no se sabe muy bien qué, aunque los selfies que se hicieron en los sitios más emblemáticos de Nueva York han quedado muy bien… Y a todo trapo, que no hay crisis que intimide a estos políticos acostumbrados al derroche del dinero público: se fueron en el Falcon, que no gasta combustible ni contamina, y al que Sánchez le había dado unos días de descanso por ser el anfitrión de la reunión-espectáculo de Madrid. A vivir que son dos días porque esto de ser ministra no va a durar mucho tiempo...
La verdad es que esta paradoja que supone vivir dando la espalda a una situación presente muy grave para toda Europa no nos debe extrañar demasiado a los españoles, porque tenemos una vieja tendencia a vivir en desacuerdo con la realidad del momento. La cosa viene ya de lejos. Por ejemplo, cuando en 1898 se perdió Cuba —lo que suponía un doloroso golpe a la autoestima española, que perdía la última posesión en América—, el pueblo llano se empeñó en seguir viviendo como si no pasara nada. Ni los muertos que llegaban desde la isla caribeña —y que en Ferrol entraban a docenas por la calle de San Francisco hacia el hospital de Caridad o hacia el cementerio— ni la ruina económica que nos amenazaba después de una guerra de años, hicieron mella en el ánimo de la gente de nuestros pueblos y ciudades. Tanta era la indiferencia, que el obispo de Tuy publicó una pastoral amonestando a los fieles porque seguían divirtiéndose sin querer enterarse del desastre. Los escritores del momento recogen con asombro esta situación de indiferencia del pueblo español ante unos hechos bélicos y económicos de enormes consecuencias. Pío Baroja, por ejemplo, se lamentaba en artículos de prensa de que la gente seguía yendo al teatro y a los toros con absoluta tranquilidad y con las mismas ganas de juerga de siempre. Pues, por lo visto, parece que esta irresponsabilidad se la hemos contagiado a los países de la OTAN, que tanto han disfrutado de unos días en Madrid. A falta de exportar otros bienes y productos industriales, exportamos frivolidad.