Discúlpenme, una vez más, el juego de palabras, que ya ven que es así como de medio pelo, un tanto de andar por casa. Pero cuando me refiero a los grandes contadores no estoy pensando, precisamente, en quienes se ocupan de llevar las cuentas, sino en quienes sabían contar historias, de viva voz, como nadie. Y aclarado esto, les confieso, sin más preámbulos, que si alguien me preguntase quién fue el mejor narrador oral que yo conocí, no sabría muy bien qué responderle. Porque no me atrevo a elegir a uno solo, ya que el nivel siempre estuvo muy alto. A nadie se le oculta, por ejemplo, que tanto Carlos Casares como Basilio Losada eran, también en ese aspecto, absolutamente excepcionales. A Carlos, que sobre todo fue un maravilloso escritor —yo estoy convencido, en el fondo de mi corazón, de que antes o después habría recibido el Premio Nobel de Literatura—, uno podría estar escuchándolo hablar durante horas. En especial cuando rememoraba su infancia, tan envuelta en magias. Basilio, igualmente extraordinario, tenía, sin embargo, un estilo de narrar muy distinto. A diferencia de Carlos, que se recreaba en la poesía que habita en esas pequeñas cosas que casi siempre nos pasan desapercibidas —lo reconfortante que puede llegar a ser el olor del pan recién salido del horno, o la promesa de eternidad que habita en la última luz del día...—, prefería dirigir su mirada, más bien, a lo fantástico (la visita de un rey, llegado de Oriente, que no era ni Melchor, ni Gaspar, ni Baltasar; una aventura aérea en el lejano Brasil, con aires de secuestro; o incluso la presencia de Dios, que, disfrazado de mendigo, pedía un poco de caldo de casa en casa..). A mí me encantaba, también, escuchar a Luz Pozo Garza, grandísima poeta y excepcional ser humano, que con una dulzura infinita, y sin dejar de sonreír jamás, te hablaba tanto de los misterios que envuelven este mundo como del tiempo en el que jugaba al baloncesto. Y he de decirles, además, que algunas de las mejores horas de mi vida las pasé escuchando a quien durante tantos años fue el deán de la catedral mindoniense, Enrique Cal Pardo, un gran historiador que lo mismo te desvelaba cómo fueron los últimos días del mariscal Pardo de Cela, que rememoraba, riéndose, sus aventuras de estudiante en la Universidad de Comillas. Dignos herederos suyos, en el arte de contar en voz alta, son hoy desde Julia Uceda, Xavier Casares, Xosé María Palacios, Alfredo Conde, Isidoro Hornillos, José María Merino, Víctor Freixanes y José Luis Santalla, hasta Medos Romero, Javier Martínez Prieto, Ramón Pernas, África Otero y Vicente Araguas. Escuchar su voz hace que los días sean mejores. ¿Y qué decir de Miña Tía Rosa y de Meu Tío Moncho? Oyéndolos a ellos siento hablar también a Meus Padriños. Y a mi madre.