La casualidad ha hecho que vuelva a mis manos un pequeño cuaderno de notas que creía haber perdido para siempre. Es del color de las manzanas de San Juan, sus minúsculas hojas están cuadriculadas y, a pesar su reducido tamaño, lleva en su interior un lápiz. Lo encontré en el fondo de una bolsa de viaje en la que no recuerdo haberlo puesto nunca. Así que no me extrañaría que fuese él mismo quien, de alguna misteriosa manera que no soy capaz de entender, tras haber estado desaparecido durante un tiempo se hubiese metido allí para que yo pudiese hallarlo.
Lo cierto es que ya casi me había olvidado de él, tras darlo definitivamente por perdido. O casi. Así que la alegría de encontrarlo ha sido doble. Es una especie de dietario sin fechas, decorado con fragmentos de fotografías que fui recortando de revistas atrasadas, y está escrito con una caligrafía que incluso a mí mismo me cuesta interpretar. En las primeras páginas, junto a la imagen de un caballo de tiro —de un caballo bretón o de un percherón de gran tamaño— escribí que a veces, por lo general cuando estoy soñando, aún creo percibir el olor del pan caliente de mi infancia, e incluso ver los árboles de guindas que había en la casa en la que yo nací. Unos árboles que ahora habitan la eternidad, al formar parte («...e hai guindas bendecidas pola choiva / no mítico fondal da horta de Pedre / e os nenos e os paxaros beben delas...») de un poema de Luz Pozo Garza por el que estaré agradecido no solo hasta el fin de mis días, sino bastante más allá.
Un poco más adelante, junto a una imagen en la que se ve, corriendo por la arena, a Isidoro Hornillos —que por aquellos años era el plusmarquista español de los 400 metros lisos—, anoté que los años dorados del atletismo español (los de Antonio Páez, Carmen Valero, Mariano Haro, Javier Álvarez Salgado, José Manuel Abascal, José Luis González o el propio Hornillos), una época que prácticamente abarcó dos generaciones, no tienen tanto que ver con las marcas y con las medallas como con una manera de ver el mundo: con el convencimiento de que el atletismo ha de ser una escuela de valores y de que un verdadero atleta compite, sobre todo, contra sí mismo.
En la parte central del cuaderno hay, sobre todo, anotaciones y frases sueltas sobre las cosas más dispares («Trapiello, Luis Mateo Díez, [José María] Merino y Llamazares han vuelto a llevar la narrativa española, como en su día ya hizo Antonio [Pereira], a la altura de los verdaderos clásicos», «A posta do sol en Teixido é un espectáculo máxico», «La Leica es una forma de mirar, más que una cámara», «Couce Fraguela y Narciso Pillo, que tanto le han dado a la música, deberían escribir un libro de memorias», «Vidal me habló de Cunqueiro y de Fole», «Moito me gustan as estilográficas...»). Después hay un dibujo de una isla. Y una hoja arrancada.