No es una simple cifra. Son personas. Es el número de muertos en Gaza a 3 de diciembre,según el Ministerio de Salud de Palestina. Esa misma fuente indica que el setenta por ciento corresponde a mujeres y niños. Unicef, por su parte, ha contabilizado, a 28 de noviembre, 4.324 niños fallecidos, 8.663 heridos y 1.350 desaparecidos bajo los escombros. Son las cifras de la desolación, de la vergüenza, del fracaso como sociedad. Gaza huele a muerte.
A la luz de estos estremecedores datos, es evidente que en la franja gazatí no se respeta la convención sobre los derechos del niño, aprobada por la ONU en 1989 y ratificada por casi doscientos países. De acuerdo con el artículo 6, todo niño tiene el derecho intrínseco a la vida y los Estados deben garantizar, en la máxima medida posible, la supervivencia y el desarrollo del niño. Nada más lejos de la realidad en la Franja de Gaza, a fecha de hoy. Salvo excepciones, que las hay, me entristece observar tanto los valores marchitos de la sociedad actual como nuestra indiferencia ante el dolor ajeno.
Sin embargo, a modo de sorprendente lección, la esperanza nos llega por boca de las víctimas inocentes de este conflicto, esto es, los propios niños y niñas gazatíes.
En el portal web de Unicef se recogen diversas declaraciones dignas de nuestro máximo reconocimiento por su extraordinario valor humano. Leerlas te lleva al borde de las lágrimas. Salwa, de 8 años, nos dice: «Amo a todos los niños y no quiero que mueran como nosotros», y Amal, una niña de 11 años, afirma: «Lo único que quiero es compartir amor con el mundo entero. Quiero que sepan y que comprendan que somos niños como cualquier otro niño de esta tierra». Un mes antes de los atentados del 7 de octubre, Haneen, una joven de 18 años, obtuvo en el examen de Educación Secundaria, que da acceso a la universidad en Palestina, la máxima calificación.
Haneen tuvo que enfrentarse a grandes dificultades, como la escasez de horas de electricidad en una casa diminuta y vieja en Jan Yunis. «Estoy orgullosa de la felicidad que he visto en los ojos de mi mamá y de mi papá, orgullosa de una Palestina que está sumergida en la opresión y el dolor. Estoy orgullosa de mi única ambición: estudiar», comentó Haneen.
El sueño de esta joven estudiante gazatí es obtener una beca para ir a la universidad y labrarse un futuro mejor para poder ayudar a su humilde familia. Mucho me temo que este legítimo sueño se haya visto truncado por la guerra.
No sé si Haneen está bien y sigue con vida en este momento. Deseo, con todas mis fuerzas, que sea así y que pueda alcanzar su meta. La educación es el futuro para un Estado de Palestina en paz.
Entre las ruinas humeantes de Gaza y en medio de las bombas, los niños nos dan una gran lección de humanidad. Mientras tanto, aquí seguimos impasibles pensando en otra cifra (la del Gordo de la Lotería) y despilfarrando para llenar, cuanto más mejor, nuestras ciudades de banales y superfluas luces navideñas. Y en la ciudad cisjordana de Belén, donde la tradición bíblica sitúa el nacimiento de Jesús, se quedarán este año sin celebraciones de Navidad por la terrible guerra en la vecina Gaza. Ironías de la vida: ¡Belén sin Navidad!