Lecturas de madrugada, dos alas blancas y el agua del río

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL

Ramón LOureiro

21 ene 2024 . Actualizado a las 21:09 h.

Desde hace muchos, muchísimos años, soy un gran aficionado a leer de madrugada, cuando el silencio de la noche le permite a uno habitar decididamente los libros. Seguro que a bastantes de ustedes les pasa lo mismo. Cervantes —a quien no me cabe ni la más mínima duda de que le ocurría otro tanto, puesto que llegó a confesar que su pasión por la lectura hacía que se sintiese atraído hasta por los papeles que encontraba por la calle— le atribuye también esa afición, como vuesas mercedes bien saben, a don Quijote, de quien dice que leía la noche entera en aquel lugar de la Mancha de cuyo nombre no quería (no acababa de) acordarse. Y estoy totalmente convencido de que él mismo, más de mil veces, estuvo leyendo, a la luz de una vela, hasta que salió el sol y cantó el gallo.

El caso —y a ello voy— es que quienes leemos de madrugada no somos capaces, demasiado a menudo, de interrumpir la lectura a una hora prudente, con las consecuencias que ello suele tener (recuerden aquello de que quen perde a noite, perde o día). A mí, sin ir más lejos, ha vuelto a sucederme eso hoy mismo. Y les cuento: me puse a leer el nuevo libro de Luis García Jambrina, que lleva por título El primer caso de Unamuno, y después ya no era capaz de cerrarlo: poco me faltó a mí también para que, como a Alonso Quijano, con el libro delante se me hiciese de día. He leído todas las obras de ficción de Luis. Y todas ellas (El manuscrito de piedra, El manuscrito de nieve, En tierra de lobos...) con verdadero deleite. Pero puedo asegurarles que esta nueva novela suya vuela, incluso, más alto que las anteriores. ¡Que ya es decir...!

No sé cuántos años hace ya que García Jambrina y yo somos amigos. Y se da la circunstancia, además, de que su amistad siempre es para mí una puerta abierta al recuerdo de Carlos, del gran Carlos Casares, que fue una parte esencial, hasta el final de su vida, de los Encuentros de Verines: de los Encuentros de Críticos y Escritores de las Letras Españolas, que Luis dirige.

Nacido en Zamora en el año 1960, Luis compagina la creación literaria con su labor docente en la Universidad de Salamanca, donde es profesor de Literatura Española. Y a él le ocurre lo mismo que le ocurrió, en su tiempo, a Torrente Ballester: que Salamanca ya es, para la eternidad, parte de él, de la misma manera que él es, hoy y para siempre, una parte esencial de Salamanca, esa maravillosa ciudad que en buena medida está hecha de piedra (¡y de qué hermosa piedra, una piedra bellísima...!), pero que, sobre todo, nació de las palabras y los libros.

En El primer caso de Unamuno (no, no se preocupen: no les voy a desvelar lo que en la novela ocurre) hay una trama policíaca de esas de las que soy tan devoto.

Allí esta la España de comienzos del pasado siglo. Está la dura vida de los campos castellanos. Está, magistralmente recreada, la Salamanca de cátedras, tertulias y casino. Está la dura vida de los pueblos de aquel tiempo, tan plagados de injusticias. Están las envidias, los odios y los rencores de una sociedad en conflicto. Y está el mismísimo Unamuno, por supuesto, que se pone a investigar un crimen.

Cuando me decidí a interrumpir la lectura era de noche aún, sí. Solo se escuchaba, detrás de la ventana, el correr del agua del río Cádavo. Me pareció ver a nuestra amiga Doña Garza en lo alto del tejado del antiguo molino, pero quién sabe. Tal vez aquella silueta que se asomaba entre sombras no fuese la suya, sino la de algún espíritu del aire, de blancas alas, al que también le gustan el canto del agua del río y los libros.