He de reconocer, y por supuesto agradecer eternamente, el hecho de haber tenido en el pasado siglo, a finales de los años sesenta y comienzos de los setenta, la suerte de vivir una infancia en la que estuve rodeado, día tras día, de excelentes narradores, de grandes contadores de historias. Eso, que me ayudó a ser un niño muy feliz mientras mi madre aún vivía, me permitió comenzar a habitar este mundo inmerso en una de las más hermosas tradiciones de la humanidad, que es la de conversar y contar en voz alta historias que, aunque se hayan narrado mil veces, siempre son, especialmente si se cuentan bien, historias nuevas. A mi madre, por ejemplo (no tenía pensado citarla hoy aquí, pero en este preciso instante ella regresa a mi memoria como una luz que se abre paso en la oscuridad a través de las tinieblas del tiempo...), le encantaba contar los cuentos clásicos —esos que tan bien recogieron, entre otros, los hermanos Grimm y el Señor de Perrault—introduciéndonos a nosotros mismos en ellos, de manera que el Lobo Feroz sufría la mayor de las derrotas, invariablemente, cada vez que se acercaba a Pedre, mientras que el Gato con Botas, a la hora de andar en carroza, prefería pasearse sobre todo, arriba y abajo, por la Costa da Lagarteira. Les comento esto ahora porque vengo de pasar un par de horas verdaderamente divertidas con tres amigos muy queridos, Ramón Irazu, José Manuel Couce Fraguela y Víctor Saavedra, oyéndolos hablar, con ese talento de grandes narradores al que la literatura tanto le debe, de las cosas más diversas: desde el Ferrol del siglo XVIII, la pesca de la lubina, el cambio climático y las grandes hazañas del atletismo, hasta la música del Caribe, el parentesco entre Benito Vicetto, Valle-Inclán y Cunqueiro, los viajes a la luna, los fenómenos paranormales y el cultivo del centeno.
La tertulia es un género literario más. Y, entre amigos, otra de las bellas artes, que hace mejores los días. Estoy seguro de que Cervantes (como lo era Carlos Casares y como lo son, entre otros, José María Merino, Pío Caro-Baroja, Xulio Valcárcel, Ángel Basanta, Carlos Vidal y César Antonio Molina) también fue un conversador estupendo.