En uno de esos días espléndidos de primavera calurosa con que nos obsequió el mes de abril (después de amargarnos la Semana Santa con lluvia y frío), en la visita que hice a mi pueblo, descubría que era erróneo aquel dicho de los clásicos latinos de que «si alguna vez, en algún sitio, fuiste feliz, nunca regreses allí». Es cierto que el tiempo no tiene marcha atrás, y que uno ya no es el mismo, pero hay cosas más inmateriales que físicas, que no cambian con los años. Y se pueden volver a disfrutar. Lo comprobé en el paseo que di al mediodía hasta la curva espectacular que hace el río Tambre al circundar el monte de los alrededores del pueblo. Un lugar de una hermosura especial, con un silencio propio de un monasterio románico. Allí tengo pasado muchas tardes de los veranos de mi infancia jugando con mis amigos a piratas y abordajes, bañándonos en las aguas de este río tranquilo y generoso, que justo en la curva se inventó una playa fluvial para disfrute de los ribereños. Y hasta allí siguió siendo mi paseo favorito a lo largo de los años de mi juventud, solo o acompañado de un buen libro. Y en este reciente paseo, mientras al pie del río recordaba todo eso que se llevó el tiempo, escuché el canto de un pájaro que me trajo repentinamente al presente. Venía del fondo de los robles, era intenso, agudo, limpio. Una melodía dorada que encerraba un torrente de belleza y sentimiento, muy difícil de encajonar en palabras. Además de sorprendido, quedé como inmovilizado. Y me acordé de San Virila, que en un paseo por el bosque se sentó a escuchar el hermoso canto de un pájaro y se quedó dormido tan profundamente que, cuando despertó, tan fresco como si hubiera echado una siesta placentera, habían pasado trescientos años.
No sé si era un jilguero, un ruiseñor o un humilde verderol. Pero al pájaro cantor seguro que no le importó que no lo identificase. Solo quería cantar, sin preguntarse para quién, cumpliendo naturalmente su cometido en el monte, sin darse importancia. Yo le correspondí con mi silencio y admiración. Y le quiero agradecer ese minuto de oro que me regaló y que no podremos escuchar ni en youtube ni en cualquier otro medio tecnológico. Sigue habiendo cosas que no las supera la técnica. Afortunadamente.