Aún faltan un par de semanas, eso es cierto, pero no quisiera dejar de subrayar, cuando ya va más que mediado este mes de agosto, que la festividad de San Ramón, do meu santiño, está a la vuelta de la esquina, y que sus devotos deberíamos ir pensando en comprarle, como mínimo, una vela, para llevársela como ofrenda. Una ofrenda que, en mi caso, suelo realizar siempre en la iglesia de Santa Mariña de Sillobre, que es en la que a mí me bautizaron. Allí San Ramón sigue siendo muy querido, y a él acuden, cada último día de agosto, gentes de toda la comarca, que van a pedirle ayuda, a darle las gracias o, simplemente, a darle testimonio de su afecto. Yo, en una ocasión, además de la correspondiente vela, le llevé unas figuras de los Reyes Magos, que no sé por qué me da la impresión de que también deben de ser grandes amigos suyos.
En Ferrol, al filo de la medianoche del 31 de agosto, la festividad de San Ramón se celebra con una de las sesiones de fuegos artificiales más hermosas de toda Galicia; una maravilla de la lucería a la que este año seguirá un espectáculo de drones, y que tiene por epicentro la ensenada de A Malata, territorio tan estrechamente unido a la literatura de don Gonzalo Torrente Ballester y, de manera muy especial, a esa magnífica novela que es Dafne y ensueños.
También se le rinde tributo a San Ramón, por cierto, entre otros muchos lugares por los que uno siente un intenso afecto, en Moeche, en Anca, en Momán y en Vilalba.
(Quede esto ya comentado desde hoy mismo porque, como bien se sabe, parte esencial de todas las fiestas son sus vísperas. Y porque el santiño, a mí, me ha ayudado siempre).