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Pepe de Cuba: «Cuando volví a As Pontes después de 35 años me pasé 72 horas llorando y de fiesta»

Patricia Hermida Torrente
Patricia Hermida AS PONTES / LA VOZ

FERROL

José García Cabarcos, en el Museo Etnográfico Monte Caxado entre antiguos emigrantes.
José García Cabarcos, en el Museo Etnográfico Monte Caxado entre antiguos emigrantes. JOSE PARDO

José García Cabarcos, de 85 años, se marchó a los 12 y sigue sintiéndose «100 % pontés y gallego»

05 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

En La Habana lo conocen como Pepe el Gallego. En As Pontes, como Pepe de Cuba. José García Cabarcos se marchó con 12 años de Galicia junto a sus padres, cumplió 13 en el barco y cuando regresó a tierras pontesas ya habían pasado 35 años. «Y en aquel regreso en la década de los 80 me eché 72 horas llorando y de fiesta sin parar por As Pontes, llorando cada vez que encontraba a un amigo o familiar, y de juerga sin dormir hasta que en el avión de vuelta caí como un tronco», recuerda este simpático emigrante, que muestra como nadie el carácter tan luchador como festivo de su pueblo natal.

El último de los emigrantes ponteses a Cuba pronto cumplirá los 85 años. Sus dos hijas (una médica y una ingeniera química que participó en el proyecto de convertir la caña de azúcar en papel) viven en Las Palmas de Gran Canarias donde él pasará las Navidades. Pero aún se siente «pontés y gallego al 100 %, soy Pepiño o fillo de San Roque, mis padres y yo nos marchamos el 4 de diciembre de 1952 y llegamos a Cuba en el Magallanes un mes después». Ya tenían familia en el Caribe «y vimos una oportunidad de juntarnos dejando atrás las dificultades de Galicia». Como recuerda Pepe, «un tío me metió en la Havana Business Academy sin saber decir yes, y con los años acabé siendo licenciado en Dirección de la Economía».

Su historia es la de los emigrantes hechos a sí mismos, que parten de cero para llegar a lo más alto, como las que se muestran en esa joya que es el Museo Monte Caxado visitada ayer por Pepe («donde revivo mi niñez con una colección espectacular, desde pupitres de colegio a aperos de labranza)». Llegó a subdirector comercial de Ediciones Cubanas (tótem del mundo editorial) y tras viajar por todo el mundo ahora ejerce de feliz jubilado además de presidente de la Sociedad de Naturales de Puentes en Cuba. Por el camino, «entré a trabajar en la papelería de otro tío hasta que el negocio fue intervenido ya que los otros dos dueños vivían en el extranjero». A partir de 1963 entró en el sector editorial, pasando por empresas estatales hasta acabar en Ediciones Cubanas.

Testigo privilegiado de la transformación de Cuba, vivió la dictadura de Batista, el castrismo, «y la ruptura con los países socialistas». Fundó el Instituto Cubano del Libro y la Imprenta Nacional de Cuba, e introdujo en aquel país el formato A4 en papel. Y formó una familia con una trabajadora de la papelería, con la que tuvo dos hijas y tres nietos.

La casa encantada

Admite que «nuestra vida ha sido estable económicamente pese a la situación cambiante de Cuba, sé que no es la media en el país, mi padre entró a trabajar en un taller de barnizado de muebles y acabó quedándose con él». La llamada «casa encantada» de As Pontes pertenece a su familia aunque él nació en la Praza do Hospital. Pepe tardaría 35 años en volver a su tierra, animado por su amigo Toñito de Pura. «Su hermano me montó en los 80 un bus de Madrid a Lugo, en As Pontes no paré de día ni de noche, acabé llorando en las rodillas de una parienta y 72 horas sin dormir, tomando tragos de fiesta; cuando cogí el avión dormí tanto que me dijo un famoso literato cubano por su culpa no dormimos los demás».

Su hija química hasta hizo su tesis en As Pontes. Pepe sigue luchando por la Sociedad de Naturales, fundada en 1917, que envió dinero para escuelas y ahora tiene un panteón con la Virgen del Carmen en el cementerio Colón: «Tiene 300 socios y sin ayudas desaparecerá». Recuerda «la discriminación que vivían gallegos, negros y chinos en los 50; pero los emigrantes son siempre el sostén de la economía» . Y siempre añoró As Pontes: «Hasta recuerdo dónde las gallinas ponían los huevos en la Barosa».