Aldo Regueira, el «rey» jubilado de los neumáticos: «Empecé a trabajar a los 17 años repartiendo gaseosas, yogures y huevos»
FERROL

El fundador del negocio de la carretera de Catabois de Ferrol que lleva su nombre se forjó en la fábrica Rubber de Fene
24 ene 2025 . Actualizado a las 13:40 h.Aldo Regueira Seoane ya no cambia neumáticos. Desde hace tres años y ocho meses, cuando se jubiló, toma café con los amigos de tertulia en el Bla Bla de Amboage y cuida de su «finquita» en Serantes. Y todo con el buen humor que lo caracteriza. Nacido en Buenos Aires hace casi 69 años, a donde emigraron sus padres, originarios de Curtis, pero criado en Ferrol desde que tenía 4 años, Aldo fue testigo privilegiado, por ejemplo, del nacimiento de la fábrica Rubber de Fene, hoy convertida en una ruina industrial. También ve desde la bancada cómo otras empresas familiares están cerrando por la falta de relevo generacional. «Yo tuve suerte», reconoce, pues su hijo, que también se llama Aldo, gestiona ahora el negocio de neumáticos de la carretera de Catabois.
—¿Tenía ganas de jubilarse?
—Tenía muchas ganas de descansar, empecé a trabajar casi con 17 años.
—¿Cómo acabó vendiendo neumáticos?
—Mi padre siempre trabajó en hostelería. Al regresar de Buenos Aires abrió un bar en la calle Galera de A Coruña, pero estuvimos poco tiempo, y cogió el bar California en el puerto de Ferrol; después lo vendió y construyó el edificio del Palace en la calle de los Mártires, que era una casa de comidas con pensión. Hasta que se jubiló.
—¿No se planteó coger el negocio familiar?
—Yo les echaba una mano cuando había jura de bandera, por ejemplo, pero nunca me planteé trabajar en eso. Mi padre se levantaba a las seis de la mañana para dar los desayunos y estaba todo el día hasta que se iba el último por la puerta a las tantas. Y eso de lunes a lunes. Yo no quería el bar, pero tampoco quería estudiar, entonces mi padre, con muy buen criterio, me dijo: ‘Se non queres estudiar voute poñer a traballar nunha cousa dura'.
—¿Y dónde acabó?
—En los 15 Hermanos repartiendo gaseosas. Luego me fui de voluntario al Ejército, tampoco me gustó, y empecé de chófer llevando gente de Ferrol a As Pontes a trabajar en una empresa de dragados, luego repartí yogures y huevos. Mi jefe de entonces tenía una auxiliar de pinturas en Astano y me fui con él. Pero llegó la reconversión naval de los 80 y mi jefe, de una familia de Santander afincada en Ferrol, montó la fábrica de recauchutados de Rubber y trabajé allí desde el principio. Abrió en el 92, todo muy bien.
—¿Qué hacía allí?
—Estaba en el servicio técnico, viajaba por toda España.
—Después ya no fue tan bien la fábrica.
—Llegó un momento en que hacía falta una ampliación de capital y la empresa de Madrid que se alió desde el principio con la familia fundadora se quedó con la mayoría de las acciones. Entonces mi jefe me dijo: ‘Aldo va a pasar esto, qué quieres hacer?'. Pedí la cuenta en la Rubber en el 93.
—¿Por qué cree que cerró?
—El declive empezó cuando los países del Este se incorporaron a la Unión Europea y empezaron a entrar en España neumáticos nuevos y baratos, entonces, el mercado del recauchutado cayó.
—¿Qué tal era el producto que salía de la fábrica de Fene?
—Al principio era muy bueno, después no tanto.
—¿Después de la Rubber qué?
—Yo sabía de un taller de Sarria de reparación de neumáticos que estaba a la venta, le compré la maquinaria y me la traje a Ferrol para montar mi propio negocio en la carretera de Catabois, en el número 311, que empezó a funcionar en 1994. Nos fue muy bien, y en el 2003 nos cambiamos a un local más grande, en el que seguimos ahora. Hasta la crisis del 2008, que aquí llegó más tarde, sobre el 2010 o 2011, cuando tuvimos un pequeño parón, la gente andaba escasa. Luego vino otra vuelta sobre el 2017 o 2018 y después la pandemia, que estuvimos abiertos porque éramos un servicio esencial, pero ¿qué teníamos? Teníamos una ambulancia, un coche de la Guardia Civil... La gente estaba confinada en casa, no podía salir, nos costó, pero salimos de ese bache.
—Su negocio sigue abierto y en manos de su hijo. No pueden decir lo mismo muchas otras pequeñas empresas.
—Mi hijo venía conmigo desde niño, se fue metiendo poco a poco. Incluso cuando viajaba con la Rubber a veces venía conmigo. Siempre estuvo metido en el mundo de las ruedas y cogió las riendas cuando me llegó la jubilación. Tengo doble suerte: que mi hijo cogiera el taller con muchas ganas y entusiasmo y que mi nuera también se involucrara con el equipo. Entre los dos están manejando el taller mucho mejor que yo.
—¿Qué es lo más difícil de llevar el negocio?
—Saber distinguir el tiempo de trabajo y el de descanso. En las empresas pequeñas te llevas a casa el trabajo en la cabeza. De ahí viene, yo creo, el problema de la falta de relevo generacional en las empresas pequeñas. Ese hijo que tú quieres que continúe ve el sufrimiento en casa y nunca entra. Lo que me pasó a mí con mi padre. Tengo unos amigos, en otro gremio, que están en edad de jubilación que tienen una empresa que funciona a las mil maravillas con un producto muy, muy exclusivo y no encuentran a quién dejársela. Ni dentro de la familia ni fuera. Una empresa que funciona eh.
—¿Ha visto cerrar muchos talleres por falta de relevo generacional?
—Sí, están cerrando muchos. Es verdad que abren otros nuevos, pero no los suficientes.
—¿Su hijo tiene mejores horarios que usted?
—Sí, en eso me mejoró muchísimo, tiene vida.
—¿Usted no tuvo vida?
—Tuve vida.
—¿Se iba de vacaciones?
—Aprovechaba los viajes de objetivos que te dan las marcas y a lo mejor me iba una semanita, pero siempre con el teléfono en la mano.
—Así que sus vacaciones empezaron hace tres años y medio.
—Así es.
—¿Se aburría al principio de la jubilación?
—Yo eso no lo tuve, me dedico a mis cosas, a mi finquita, bajo a tomar mis cafés con mi pandilla de amigos...
—¿Está haciendo todo lo que quería hacer?
—Abandoné alguna cosa, tenía muchas ganar de ir a la Universidad Sénior, pero dejé de ir porque me coincidía con horarios de otras cosas que también quería hacer.
—¿Y su hijo tiene relevo?
—Tiene 44 años y un hijo, que también se llama Aldo, no le veo trazas, pero no lo sé, tampoco hay que obligar a la gente a lo que no quiere.