Un brindis por los 101 años de Guillermo Tojeiro, el abuelo de As Pontes

ANA F. CUBA AS PONTES / LA VOZ

AS PONTES

Guillermo brindando por su aniversario, junto a su único nieto, Nolo
Guillermo brindando por su aniversario, junto a su único nieto, Nolo

El domingo festejó el aniversario con su familia, una copa de vino blanco y música de acordeón

01 abr 2024 . Actualizado a las 20:37 h.

La edad no ha hecho mella en el humor ni en el apetito de Guillermo Tojeiro Bermúdez, el abuelo de As Pontes. El 26 de marzo cumplió 101 años y el domingo lo celebró con su familia, comida abundante en el restaurante O Xantar, una copa de vino blanco y música de acordeón, su instrumento favorito, que sonó a gloria en manos de otro pontés, Andrés Penabad, amigo de su nieto, Nolo. Los 101 años bien merecen un brindis, la actuación de un virtuoso del acordeón y un buen trozo de tarta, aunque su mujer diga que «xa non é tan larpeiro coma antes» y él guarde junto al sofá de casa galletas de barquillo y nueces para picotear.

«Son da quinta do 44». Así se presenta este centenario simpático y jovial de manos recias, el benjamín de la familia y el único vivo de ocho hermanos. Criado en Saa (Vilabella), iba andando a la escuela de A Barosa, a un kilómetro. Pero apenas pudo estudiar —«tiña que alindar as ovellas, non había outra»— y con 12 o 13 años empezó a trabajar con su padre, Venancio, que era valadeiro, el que levanta muros de piedra y tierra para separar un terreno de otro. Guillermo iba de ayudante, «cunhas zocas ferradas, andando ata As Grañas do Sor ou O Freixo, coa ferramenta ao lombo, o raño ou a picaña».

Guillermo, junto a su mujer, Mercedes, su hijo, su nuera, su nieto (la pareja y sus padres) y un sobrino y su esposa, el domingo en el restaurante O Xantar, en As Pontes
Guillermo, junto a su mujer, Mercedes, su hijo, su nuera, su nieto (la pareja y sus padres) y un sobrino y su esposa, el domingo en el restaurante O Xantar, en As Pontes

Vivió la posguerra, «con moita fame nas aldeas», aunque en su casa «sempre houbo pan e caldo pola mañá, ao mediodía e á noite; e o leite tíñase que repartir». Su padre «ía traballar fóra e sempre tiña un peso», pero no había qué comprar, en tiempos de racionamiento y escasez. Guillermo relata cómo una de sus hermanas «foi a Moeche andando ao maínzo para facer o pan». En su memoria resurgen el servicio militar y el oído enfermo (del que apenas oye), que le valió para poder realizar la instrucción en el comedor; y el día que se licenció y salió corriendo a comprarse una chaqueta y unas zapatillas en la calle Galiano (Ferrol), porque había tenido que desprenderse de la guerrera y el calzado.

Poco después irrumpió en su vida Mercedes Tojeiro Guerreiro, que era vecina de O Almigonde, en Espiñaredo, con quien se casó en 1951. Tuvieron dos hijos: José, que falleció con 56 años, y Manolo, el padre de su único nieto, Nolo, que vive con su mujer en el piso contiguo al de sus padres. Guillermo dejó la construcción de valados (a lo que se había dedicado en los permisos de la mili) para incorporarse a Atisa, una de las constructoras que levantaron el poblado pontés de As Veigas, «a pico e pala, non había grúas coma hoxe». Ocasionalmente, cargaba Nitramón en la fábrica de Calvo Sotelo, y después entró en Salamar, empresa que dejó al poco tiempo, cuando le mandaron trabajar con hierro.

Entonces, Guillermo ya planeaba emigrar a Suiza, porque una prima le había contado que Ramiro, un vecino, había ganado 60.000 pesetas en medio año. En 1962 se marchó a Friburgo y tras un tiempo cultivando patatas y cereales «nunhas fincas moi grandes» pasó a la lechería del hijo del patrón. Allí se elaboraban quesos de cien kilos, que a él le evocaron los sacos de Nitramón de la Calvo Sotelo. Después acabó en una fábrica de cartonaje, donde estuvo 15 años, hasta 1979, cuando retornaron (Mercedes se había ido con él a los tres o cuatro años de viajar por primera vez a Suiza).

De vuelta en As Pontes, esta pareja siguió plantando la huerta y cuidando cabras y ovejas —«chegamos a ter trinta»—, primero en O Almigonde y después en la casa que construyeron en Saa, «que acabou collendo Endesa [para la mina]» y en una pequeña que había heredado Mercedes de sus tíos.

Entre los avatares de más de un siglo de vida, Guillermo suele mencionar los 19 días que pasó en la unidad de cuidados intensivos del entonces Hospital Juan Canalejo, en A Coruña, tras ser alcanzado por un camión de obra cuando iba en su vespino Torrot a la finca familiar. «Aínda me doe unha costela», comentaba cuando cumplió los cien. Pero se ha repuesto a todo, incluidas tres operaciones y una úlcera de estómago que le diagnosticó «don Luís, o médico» en 1963. Mimado por todos, en especial por Mercedes, poco amigo de madrugar, trasnocha delante del televisor y después de la siesta, cuando le apetece, sale a pasear.