De nuevo llega el día en el que vuelves a tomar conciencia de que hay pocos puertos más seguros que el recuerdo. En especial, y sobre todo en estas fechas, el de lo que bien podríamos llamar los altos lugares de nuestra infancia. Todos echamos de menos (y qué no daríamos, ¿verdad?, por tenerlos ahora a nuestro lado...) a los que se fueron a vivir al otro lado del río. Hay ausencias que son irremediables, eso es cierto. Y además de cierto, muy triste. Pero siempre nos queda la posibilidad de viajar, a través de nuestra propia memoria, hasta el tiempo en el que fuimos niños, para reencontrarnos allí, dentro de nuestros propios ojos, con el recuerdo de quienes ya se han ido.
A la hora de emprender ese viaje puede ser muy útil fijar como referencia, en la lejanía, algo de lo que en aquel tiempo tan distinto nos hizo muy felices. Por ejemplo, aquellos nacimientos que uno no se cansaba de mirar. Entre ellos, el belén de tu casa, con aquellas luces intermitentes que se encendían y se apagaban en el portal, en las cabañas y en el castillo sin que viniese mucho a cuento, pero haciéndolo todo más bonito. En aquel belén había dos clases de figuras: las de plástico y las de barro. Las primeras, que eran casi todas, se compraban en Perlío, en la librería de la imprenta; y las segundas, en Ferrol, en la Papelera. Además de las figuras del Misterio, que eran preciosas, con el Niño Jesús sonriéndole al mundo entero bajo la estrella de papel de plata que había atravesado el cielo hasta llegar al portal, también destacaban mucho los Reyes Magos, montados en sus respectivos dromedarios y encabezados por don Melchor, que lucía sobre los hombros una muceta de armiño. Entre los pastores había uno que llamaba bastante la atención, porque, apoyando las manos sobre su cayado —manos sobre las que apoyaba, a su vez, la barbilla—, parecía muy pensativo. Un pastor, todo sea dicho de paso, que debía de ser algo pariente de un pescador de caña que sacaba peces del río. Y puede que de alguna de las lavanderas...
(Lavandera fue también, en su tiempo, mi bisabuela Carmen, Madriña a Vella, que se llamaba como Madriña a Nova, mi abuela, que hacía pan, y como mi madre. Discúlpenme el inciso).
¡Qué lejano reino, aquel! El del Río Blanco del Firmamento: el de la Vía Láctea, protectora de todos los peregrinos. La Última Bretaña. Era la Tierra de Escandoi en los ojos de un niño.