
El cañón era el arma básica de cualquier buque de combate naval, especialmente durante el siglo XVIII. Iban asentados sobre cureñas (que eran unos carros de madera que reposaban sobre ruedas macizas). Los había de diferentes calibres y se cargaban por la boca del cañón. El proceso era complicado, debido a que esta parte se encontraba fuera del barco, en las denominada troneras, y para cargarlo había que arrastrar el cañón hacia atrás. Una vez realizada esta acción se volvía a trincar el cañón sobre la cubierta.
Operar con un cañón de este tipo, además de complicado, era arriesgado, por lo que, en función del calibre del cada cañón, se destinaban entre 8 a 14 personas. Es importante tener en cuenta que no todos los hombres operaban de forma exclusiva en los cañones, sino que, conforme aumentaba el desarrollo del combate, iban apoyando otras actividades. Unos participando en el abordaje, otros dando apoyo a faenas marineras (halar, bracear y otras muchas que se presentaban) y otros en labores de contraincendios. Esta última de extrema importancia, pues al ser los barcos de madera, si no se actuaba de forma rápida y profesional el incendio se propagaba en cuestión de minutos.
Tiempos de guerra
Otra labor, poco gratificante pero necesaria, radicaba en retirar a los heridos y a los muertos, que eran sacados en pleno combate de las dotaciones de los cañones. Así, el número de esos 14 hombres que manejaban un solo cañón iba disminuyendo a lo largo del combate, con la repercusión que esto tenía en el disparo y manejo de la pieza. Razón por la que los navíos contaban con muchísima más tripulación en tiempo de guerra que la empleada navegando en tiempos de paz.
Resulta tan impresionante como aterrador imaginar los efectos producidos por un cañón cuando rompe sus amarras y se transforma en una auténtica bestia, con capacidad para producir enormes daños y sin posibilidad de ser controlado (más aún cuando se navega en condiciones de mala mar). Basta recordar el elevado número de marineros que vivían, descansaban y trabajaban en la cubierta de cañones para hacerse una idea de la cantidad de probables víctimas.
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