Nacho Doce, fotoperiodista ferrolano en Odesa: «Se escuchan las bombas más cerca que nunca»

FERROL CIUDAD

Es la primera guerra a la que acude a trabajar con su objetivo: «Parece como si nadie hubiese aprendido nada»
18 mar 2022 . Actualizado a las 13:16 h.Nacho Doce (Ferrol, 1965) no recuerda con exactitud cuándo llegó a Ucrania para cubrir el conflicto. «Ya me he olvidado, he perdido la noción del tiempo», señala. Es la primera guerra para el fotoperiodista de la agencia Reuters. «No lo había vivido nunca, y además es Europa, lo que nadie se podía imaginar, pero pasó. Empiezas a creer que la vida son ciclos y todo vuelve a comenzar. Parece como si nadie hubiese aprendido nada», reflexiona. Ha vivido diez años en Brasil, desde donde se movió por toda Latinoamérica para cubrir catástrofes como el cambio climático o la vida en las favelas. Ahora llevaba unos meses en Barcelona cuando le mandaron a Ucrania. «No tuve tiempo más que para recoger dinero en el banco y salir», recuerda.
Pernocta en un hotel en la ciudad de Odesa, donde cree que solo hay dos abiertos. «Si dejas la habitación una noche, las posibilidades de no tener dónde dormir cuando vuelvas son muy grandes», señala. Es su base, a donde regresa casa tarde y desde donde se mueve a diario. «Tenemos el mapa de donde están cayendo las bombas y con la posición de Rusia. Eso nos ayuda mucho», indica. Está consiguiendo dormir. «Escuchas las bombas, hoy —por ayer— más cerca que nunca. Sabemos lo que va a pasar. Pero la situación es diferente a la de Kiev o Lviv», indica. No está solo. Le acompañan una periodista cámara de televisión y un militar responsable de seguridad.Y a través de su móvil la agencia Reuters controla en todo momento donde está.
Odesa es una ciudad muy «impresionante», alaba. El sitio más estratégico, el último punto del mar Negro. Sus famosas escaleras Potemkin están vacías. Y las estatuas y los edificios emblemáticos protegidos por sacos de arena. Él mismo fue a retratar este proceso. «Antes de ayer —por el lunes— fui a la playa donde mucha gente estaba recogiendo arena para meterla en sacos para la protección de los militares y las casas. Cuando, de repente, empiezan a cantar el himno ucraniano mientras siguen trabajando. Fue un momento que impresiona», recuerda.
La actividad transcurre hasta el toque de queda diario. Las siete de la tarde es la hora a la que hay que estar ya en la habitación del hotel, sí o sí. A partir de ese momento no se puede salir a la calle. «Está muy oscuro y si te ven te pueden disparar. No te van a preguntar quién eres o a dónde vas», advierte. No obstante, en Odesa continúan resistiendo familias y niños. «Pero llevan su vida en una maleta, cinco calzones, tres pares de calcetines, y adiós», describe. Explica que la gente se ha quedado está en sus casas a la espera de los avances. Al búnker del distrito solo van cuando suenan las sirenas preludio de un bombardeo. «Algunos se han quedado hasta las últimas consecuencias y otras personas no han tenido manera de viajar», indica.

Le llama la atención los pequeños reductos de vida y actividad que se mantienen en la ciudad. «Desde la chica que le da pan a las gaviotas todos los días en una playa a los barrenderos que siguen limpiando la calle... Son cosas que deben seguir», valora. Está «todo cerrado» menos un supermercado. «No hay bares ni tiendas, pero el supermercado funciona y parece que aún hay comida. Yo fui dos días y las dos veces había», señala.
Esta tensa espera contrasta con otros escenarios mucho más crueles a los que su trabajo le ha llevado en los últimos días. El miércoles fue hasta Mikolaiv para fotografiar una morgue. «Había muchísimos muertos, civiles y soldados, en unas condiciones impensables, fuera de lo normal», lamenta. Nunca había escuchado las bombas tan cerca ni había entrado en una morgue. «Solo en Brasil, pero fue una situación diferente, no eran las condiciones en las que están aquí», recuerda.
Cuando llegan cadáveres, detalla, se avisa a los familiares de los fallecidos. «Es otra dimensión. Una familia estaba esperando a su hijo, fallecido con 37 años. Vi una cara de odio bastante grande. ¿Cómo solucionas eso en el futuro para los niños? Va a ser muy duro», advierte.
Fue una de las jornadas más tristes y difíciles que le ha tocado vivir en el tiempo que lleva en Ucrania, pero no la más compleja. «He vivido dos momentos muy duros», incide. El primero, cuando llegó a Odesa. «Le di los buenos días en inglés a una señora, ella me contestó en ucraniano o ruso, se puso a llorar y me abrazó. Ese momento fue durísimo», reconoce. También le invadió el mismo sentimiento viendo el miércoles la despedida de un tren con ucranianos que dejaban el país. «Cuando estaba saliendo, a las siete menos veinte, pusieron música clásica. Hasta grabé un vídeo para mí. Es un momento que lo dice todo», comenta. Una amarga y dolorosa huida de casa difícil de comprender para quien no se enfrenta a esta situación. «Es como si tuvieras que irte de Ferrol para el Algarve con tus cuatro hijos y una maleta. Aquí hay un sentido de patria muy fuerte», explica.

Su madre, que reside en Ferrol, «no sabe nada» sobre el trabajo actual de Nacho. «Mi mujer, mi hermano, las cuidadoras de mi madre y algunos amigos saben que estoy aquí. Pero bueno, es mi trabajo. No me planteo otra cosa», reconoce.