Casa Amador cumple cien años: «Todo se lo debemos a la fidelidad de los clientes»
FERROL CIUDAD










El paraíso ferrolano de los cafés, los vinos y los productos «gourmet» abrió sus puertas en 1923 y siempre ha estado en manos de la misma familia
23 jul 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Un ferrolano siente que ya está en casa cuando, tras una larga ausencia, casi llegando a la ciudad, ve asomarse a lo lejos la grúa pórtico de la antigua Astano. Cuando saborea el chocolate con churros del Avenida o del Bonilla. O cuando se da la primera zambullida del verano en el bravo mar de Doniños. Pero también, siempre, cuando cruza el umbral de Casa Amador y de un golpe percibe el aroma de ese café que irremediablemente huele a Ferrol, aunque se haya cultivado en Guatemala, Brasil o Etiopía. Esa deliciosa fragancia a grano recién tostado es la marca de la casa de un ultramarinos también famoso por sus vinos, licores, frutos secos y productos «gourmet». Un «reducto del buen hacer», como dice un cliente de toda la vida, que en este 2023 —tras haber visto pasar una Guerra Civil, una pandemia y múltiples crisis— ha conseguido lo que solo logran unos pocos: cumplir 100 años de vida en manos de la misma familia que lo vio nacer.
«¿Que cómo se consigue esto? Todo se lo debemos a la fidelidad de los clientes, a los de Ferrol que viven aquí y a los que están fuera, pero también a los de toda la comarca, a la gente que nos compran por Internet y a los turistas que nos visitan cada año. El mérito es suyo», dice Jorge Amador sin querer olvidarse de nadie.
—«Pero algo habréis hecho también vosotros para que esto se mantenga en pie, ¿no?», pregunta la periodista.
—«Nosotros hemos intentado mantener el legado que nos dejaron los que nos precedieron, tener paciencia, trabajar mucho y ser serios, porque del engaño nadie sobrevive», responde Jorge, que ahora lleva las riendas del establecimiento junto a su hermana Isabel.
Ellos son los socios del negocio, pero en el equipo de Casa Amador también dan el callo cada día su hermano Luis; Alejandro y Montse (hijo y mujer de Jorge); además de Nuria y María. Tampoco se olvidan de mentar a Ángeles y Concha, que trabajaron a destajo durante muchos años tras el mostrador. Y por supuesto, a Gonzalo Méndez, el empleado más antiguo. «Tiene cien años y sigue visitándonos siempre que puede», advierte Jorge.

Ellos guardan en la memoria decenas de recuerdos ligados a un colmado que inició su andadura «entre septiembre y octubre» de 1923 (la fecha exacta no está clara), cuando Teodoro Amador, abuelo de Jorge, Isabel y Luis, refundó y le puso su nombre al ultramarinos de la viuda de Rogelio Pardo, en el que ya llevaba algunos años trabajando. «Él no tenía dinero para pagar el traspaso, pero ella le dijo que ya le pagaría cuando pudiese y en dos años lo consiguió», relata Jorge, al tiempo que explica que su abuelo se había quedado huérfano de padre, madre y hermano mayor siendo un niño y con solo 11 años se tuvo que poner a trabajar.
Aquel hombre emprendedor impulsó un negocio en el que se despachaba café, licores, bacalao, jamones y fiambres al corte y, poco a poco, fue ampliando el surtido de productos. De sus manos pasó a las de sus hijos, Teodoro y Sotero Amador (padre y tío de Jorge, respectivamente), y de aquéllas, a las de la tercera y cuarta generación que le siguen dando vida.
«La mecha se fue pasando de mano en mano, y nosotros ya no lo veremos, pero ojalá se mantenga otros cien años», dice sonriente Jorge, a quien justo en ese momento un visitante reclama su atención. Es Eugenio, un cliente habitual a la caza de un buen caldo para regar las comidas. «Vengo aquí porque es la mejor tienda de vinos que conozco. Hay muchísima variedad y la relación calidad-precio es muy buena. También vengo por el café y, cuando me toca hacer algún regalo, a por chocolates o galletas», apunta con admiración este fan incondicional de Casa Amador. «Es que esta tienda es muy divertida, en la calle ya te huele a café y la atención es buenísima», apostilla otra clienta en busca de un «champán y un Terras Gauda» para la cena.
Su mirada, como la del resto de la clientela, se pierde entre las más de 800 referencias de vinos, que compiten en acaparar la atención con los jamones 5 Jotas que reciben al visitante a la entrada, los deliciosos chocolates franceses que se exhiben en el mostrador o las numerosas salsas, pastas, conservas y galletas que lucen en las estanterías. «Ahora también le estamos dando mucho empuje al producto de proximidad», dice Jorge mientras muestra una vitrina con dulces y patatas fritas de sello gallego.
Con tanta delicia junta la boca se hace agua. Pero todavía es la hora del café. Toca hacerse con uno bien cargado. Y si puedo elegir, no lo dudo. Me quedo con ese que viene en paquetes de rombos blancos y rojos y huele a Ferrol.