Regístrate gratis y recibe en tu correo las principales noticias del día

Cristina Pérez-Lago, Premio Gregorio Baudot: «Tras 30 años, sigo disfrutando de mi trabajo tanto o más que el primer día»

BEATRIZ ANTÓN FERROL / LA VOZ

FERROL CIUDAD

CESAR TOIMIL

Jugaba al baloncesto, pero su padre la animó a cambiar las canchas por las zapatillas de ballet y «dio en el clavo». Su trayectoria como profesora de danza acaba de ser reconocida por la SAF

05 nov 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Cristina Pérez-Lago (Ferrol, 1965) lleva más de treinta años amarrada a la barra de ballet, enseñando a sus alumnas a disfrutar de la danza con «disciplina, cariño y constancia». Y, ahora, esa trayectoria de tres décadas dedicada a la enseñanza acaba de ser reconocida por la Sociedad Artística Ferrolana (SAF) con la concesión del premio Gregorio Baudot. «Es un honor y un orgullo que una sociedad que lleva el nombre de mi ciudad, a la que adoro y por la que siempre he trabajado, me conceda este galardón», decía con emoción el viernes por la mañana, a pocas horas de recoger el premio en una velada que tuvo como escenario el Casino Ferrolano y que incluyó una actuación de sus alumnas.

Cristina cuenta que siempre fue «muy deportista», pero su pasión por la danza no la descubrió hasta bien entrada la adolescencia. «Yo jugaba al baloncesto en la Compañía de María y el OAR, pero mi hermana Pauloska, que había estado bailando mucho tiempo con el Ballet Rey de Viana, abrió una academia en Ferrol, y mi padre, que tenía mucha visión y mucho ojo, me animó a probar con la danza y la verdad es que dio en el clavo», cuenta con cariño hacia el patriarca del clan familiar, Quico Pérez-Lago, fundador de Los Zafiros.

Su empuje fue clave para que Cristina aprendiese la base del ballet clásico de la mano de su hermana Pauloska. Y luego ella se encargó de ampliar todo ese bagaje con muchos cursillos de la mano de maestros como Víctor Ullate o Luis Fuente. «Pero yo siempre tuve claro que mi futuro no estaba en los escenarios, sino en la enseñanza. Esa era mi ilusión y siempre enfoqué mi aprendizaje hacia ese objetivo», cuenta Cristina, que se tituló en danza por los conservatorios de Madrid y Valencia y por la Royal Academy of Dance.

Aquel sueño juvenil se cumplió hace 32 años, cuando comenzó a dar clases en una academia de As Pontes. Y una década más tarde siguió cimentándolo al dar el salto al gimnasio Rembú-Kan de la calle del Sol de Ferrol, donde lleva ya 22 años descubriendo a sus alumnas los secretos de la técnica, pero también enseñándoles a ejercitar «la expresividad, el oído, el sentido del ritmo y la constancia». «Puedes tener muy buenas condiciones para la danza, pero sin la constancia y la perseverancia no sirve de nada», recalca la profesora.

Una «bendición»

Echando la vista atrás, Cristina se muestra orgullosa del camino recorrido y asegura que es una «bendición» poder seguir dedicándose a lo que más le gusta. «Después de 30 años, sigo disfrutando igual o incluso más que el primer día, porque, con el paso del tiempo, aprendes a tamizar y a quedarte con lo que realmente importa. Disfruto más de todo y ya no me estreso tanto con las actuaciones», advierte.

Y es en este preciso momento de la conversación cuando Cristina hace un paréntesis para recordar una anécdota con su querido compañero de andanzas bailarinas, el profesor de danza recién jubilado Suso Pérez Lago, al que llama «hermano» por la coincidencia casi exacta de sus apellidos, aunque no les unen lazos de sangre. «Él tenía su propia escuela, pero empezamos a colaborar y organizamos muchos festivales de Navidad juntos. Un día, en una de las actuaciones, estábamos los dos entre cajas y a mí me comían los nervios. Él me puso la mano en el hombro y me dijo: ‘Cristina, ya está todo hecho, déjalas que disfruten'. Aquello fue hace diez años y desde entonces ya no me estreso y disfruto a tope de cada festival».

De esas actuaciones guarda millones de recuerdos, pero, sobre todo, la ilusión de que sus pupilas puedan «sentirse artistas por un día» y disfrutar del subidón de «salir al escenario, enfrentarse ellas solitas al público y después recibir sus aplausos». «Puede parecer una tontería, pero es una vivencia que les queda grabada para siempre y que luego les puede servir para el futuro, para enfrentarse a un tribunal en una oposición o a una entrevista de trabajo», valora.

Después de tantos años, Cristina cuenta que le emociona seguir llenando su aula de danza de Rembú-Kan, dar clase a hijas de antiguas alumnas y que aquellas niñas del pasado que hoy ya son mujeres recuerden su paso por la escuela con cariño. Ella sigue empeñada en lo mismo: «Que las niñas aprendan y disfruten de la danza con una disciplina que está ahí, pero de forma solapada». Y a sus 57 años, asegura que todavía le queda mucha mecha por quemar. «Mientras el cuerpo aguante, aquí seguiré».