José de Marino, un maestro de los puzles a los 90 años: «Me puede el ansia de hacerlos, no me doy por vencido nunca»
MAÑÓN
Nació en el Porto de Bares, en Mañón, y con 22 años, ya curtido en la pesca, cogió un tren con destino a Cádiz; allí se hizo patrón y allí vive con su familia, jubilado desde los 56
15 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Primero se aficionó a los crucigramas y después llegaron los puzles. José Galdo Altesor, José de Marino, (Porto de Bares, Mañón, 90 años) se inició con un auténtico rompecabezas dividido en 1.500 partes, una mezcla de cottage (vivienda de campo) y bar inglés con la fachada cubierta de enredadera, que enmarcó y colgó en el salón de su casa de Bares. No parece nada sencillo encontrar el lugar que ocupa cada pieza, tampoco en el último que ha compuesto este verano, una especie de planetario, un universo de colores chillones. «Requiere mucha paciencia. Nunca me aburro, me puede más el ansia de acabarlos, nunca me doy por vencido», comenta.
Hace unos años, unos conocidos compraron un puzle de 1.500 piezas de la Torre de Hércules, que no lograron completar. «Después se lo llevó mi cuñada, y tampoco», dice. Acabó en sus manos, igual que la figura de un gato que parecía imposible de cuadrar, y logró armarlos. No hay imagen que se le resista a este nonagenario con aspecto de 80 y pocos y memoria privilegiada. Es el más joven de cinco hermanos (el único vivo) y el mayor, Marino, le sacaba 16 años. De soltero, su padre, Francisco, navegó en barcos de vela o en el mercante Manatí, en el que contaba que les había sorprendido un ciclón en el Caribe. Ya casado con Jesusa y con tres hijos, «se volvió a marchar a Estados Unidos y trabajó en muchas cosas, entre ellas una fábrica de seda, igual que otros compañeros de la zona de Mañón y Viveiro, y regresó (definitivamente) el Jueves Negro de Wall Street (el 24 de octubre de 1929)», en medio de una huelga laboral «muy grande».
En Nueva York, en 1925
José conserva retratos de sus padres (uno con su hermana Delfina) pintados en 1925 en Nueva York, a partir de fotografías que habían tomado a este lado del Atlántico. La depreciación de la peseta derivada del crac bursátil mermó los ahorros de Francisco, que volvió a la pesca de bajura. Pero esta familia nunca pasó hambre: «Éramos los que más tierra teníamos del Porto, cuando venía la máquina a mallar el trigo estaba dos horas trillando para nosotros, matábamos dos cerdos al año y había tres vacas. Trabajábamos mucho, con el carro por la playa lleno de estiércol, la recogida de las patatas...». Él empezó a trabajar a los 12 años: «Íbamos a pescar en una chalana después de salir de la escuela, y a los 14 ya sacábamos la libreta de navegación para enrolarnos en algún pesquero. De los 14 a los 22 anduve al bonito, al chicharro, el centollo, la langosta...».
Hasta que un día un vecino que tenía un hermano en Cádiz le propuso marcharse a la otra punta. Unos se iban a Venezuela, otros a Brasil, alguno entraba en la Armada... y José y su amigo decidieron probar suerte en tierras gaditanas. El correo en el que pensaban embarcarse en Vigo no partió —«era a principios de mayo de 1957, fuimos a la consignataria y nos dijeron que aquel barco ya no hacía escala allí»— y tuvieron que sacar dos billetes de tren, para un viaje «que duró dos días». Su destino laboral fue la pesca, de barco en barco —«cambiábamos al que pagaba mejor»— y no tardó en sacar el título de patrón de altura (le capacitaba para mandar en un barco de 300 toneladas de registro bruto) y luego el de gran altura (hasta 700, bajo cubierta). Con 18 años había asistido a las clases que daba un vecino en la Vila de Bares, por la noche, y gracias a aquella formación, en vez de seis meses en la Escuela Media de Pesca, le bastaron tres.
«También anduve de patrón de pesca, porque se ganaba más; íbamos por la costa de África, de Guinea a Canarias, echábamos veintitantos días navegando, de ida ya eran seis y otros tantos de vuelta», recuerda. Durante el mes de vacaciones (una marea) regresaba a Bares y «andaba de fiesta, muchas veces con Modesto, hermano de Fina, que tenía una moto, de Viveiro a Ortigueira...». Así conoció a la que sería su mujer, Maruja Bares Galdo: «Me casé el día que cumplía 36 años, y ya se vino a Cádiz conmigo». En 1978 construyeron su propia vivienda en el Porto, al lado mismo de la de sus padres (que pasó a ser de su hermana Lola), donde estaban el hórreo y el pajar.
«Una playa que da gloria verla»
Jubilado desde los 56 años —«me llegó una carta firmada por Alfonso Guerra diciendo que podía retirarme con el cien por cien de la pensión»—, su vida ha discurrido en la ciudad andaluza. «Allí nacieron nuestros tres hijos (dos fallecieron al nacer) y nuestro nieto, me siento más de Cádiz que de aquí, aunque a alguien no le guste», apuntaba entre risas hace un par de días, en vísperas de volver a su lugar de adopción. José de Marino dejó su pueblo «porque no veía forma de prosperar, no podías estudiar para patrón salvo que fueras de una familia rica». Ahora van y vienen, al menos un par de veces al año, y él compone puzles aquí y allá —«empiezo por las esquinas y me voy guiando por la fotografía»—. Cádiz, sí, pero para arenal, el de Bares: «Aquí tenemos una playa que da gloria verla».