Raquel Figueira, venezolana de padres portugueses, «resucita» el Teleclub de O Barqueiro: «Es la típica cafetería de ambiente familiar»

ANA F. CUBA MAÑÓN / LA VOZ

MAÑÓN

Raquel, surfeando la ola con la que todos quieren retratarse, convertida ya en el fotocol del teleclub
Raquel, surfeando la ola con la que todos quieren retratarse, convertida ya en el fotocol del teleclub I. F.

En 2015 escapó de «la locura y la inseguridad» de Caracas para viajar con su hija a Madeira, la isla natal de sus progenitores, y tres años después emigró a Viveiro

28 oct 2024 . Actualizado a las 17:43 h.

En 1957, su padre huyó de la dictadura de Antonio de Oliveira Salazar, en Portugal, para recalar en otra, la de Venezuela, tras el golpe de Estado liderado por Carlos Delgado Chalbaud que había derrocado al Gobierno democrático de Rómulo Gallegos en 1948. Cuando emigró ya tenía cuatro hijos y en un par de años se llevó a toda la familia (ya había nacido el quinto). En la capital, donde se asentaron, nacieron Raquel Figueira Henriques y, casi diez años más tarde, el benjamín. «En la casa eran todo costumbres portuguesas», recuerda esta mujer de 57 años que estudió en la Universidad Católica de Caracas. Tras licenciarse como contador público (auditor y gestor), trabajó en banca y en empresas privadas, en la última, de tipografía y litografía, como gerente.

Todos sus hermanos, salvo el ya fallecido, viven en Venezuela. Pero ella decidió atravesar el Atlántico en 2015, «escapando de la locura y la inseguridad de Caracas (vivía en pleno centro, junto al Palacio de Gobierno, y aguanté todas las protestas e intentos de golpe de Estado)» y, especialmente, por la salud de su hija. «Tenía un problema de taquicardias, seguía un tratamiento, pero si un día no lo controlaba había que salir corriendo al centro de salud para que le inyectaran un medicamento. ¿Y si un día llegamos y no lo hay?», pensó.

Aquel temor la impulsó a irse a Madeira, la tierra natal de sus padres, que conocía de tres viajes anteriores y donde tenía parientes. El idioma no constituía un problema, puesto que, además de oírlo siempre en casa, lo había estudiado. Pasó tres años en la isla, «un paraíso, bellísimo», pero con escasas oportunidades laborales. «De Madeira me fui a Viveiro, por alguien que buscaba personal... vi la oportunidad de irme a España. Me adelanté, y así, mi hija, que también pensaba emigrar a España cuando acabara los estudios de administración de empresas, ya tendría a dónde ir, porque yo estaría aquí», explica. Sucedió tal cual lo planificaron. Raquel aterrizó en territorio español (que sus padres nunca llegaron a pisar) el 12 de octubre de 2018. «Me adapté bien», dice.

Tras un tiempo trabajando en la cafetería y la recepción de un hotel, se incorporó a una tienda, y más adelante acabó en un bar en O Vicedo, donde reside. «Fue allí donde vi que abrían la licitación para el teleclub de la Sociedad Cultural Recreativa O Barqueiro [que llevaba meses cerrado], en Mañón. No había estado nunca, lo vi, me gustó por la luz y las vistas, oferté y me lo adjudicaron», detalla. Pretendía abrir a principios de junio, pero el papeleo hizo que se retrasase hasta el 3 de julio, después de una inversión importante en menaje o neveras: «Tenía lo básico, nada más».

Buena mano en la cocina

En Caracas había estado ligada al sector hostelero, a través del restaurante de la familia de su exmarido. «Nunca trabajé allí, pero sí le ayudaba a organizar las fiestas de Navidad o de Halloween», apunta. Aprendió a cocinar de jovencita, guiada por su madre, pero su debilidad es la pastelería, postres como el flan de queso que, tal vez algún día, se anime a ofrecer en el teleclub. Los clientes ya han podido comprobar su buena mano para los fogones con las hamburguesas y los bocadillos, muy elogiados durante el verano, o las tapas de los viernes (el último sirvió mini empanadas venezolanas, con masa de maíz, carne picada o queso).

Raquel ha plasmado su sello en la decoración del local, con motivos marineros (cuadros o atrapasueños creados por ella), una ola gigante a modo de fotocol, una preciosa imagen de la ría y los puentes de O Barqueiro, o una carta náutica donde anima a los vecinos a anotar nombres populares de puntas o bajos. «Es la típica cafetería de ambiente familiar», define, un lugar donde desayunar churros con chocolate o cruasán, tomar el vermú o los vinos, con pinchos elaborados con mimo. Y de vez en cuando regala rifas (con la consumición) para una cesta, como la de Halloween, que sorteará la noche del 31.