A Gándara o Pazo de Cal se alzó a mitad del siglo XIX en Narón, pero se extinguió a principios del XXI y ya no queda nada de él
04 feb 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Si Stephen King abandonase Maine y aterrizase en Xuvia, se frotaría las manos ante semejante despliegue de mansiones con encanto. Desde la antiquísima Casa Rivero, hasta un palacete de San Román en claro declive o incluso un castillo llamado Casa Cáceres. Alguna de ellas incluso ya ha pasado literalmente a la historia. porque ya no queda nada del precioso Pazo da Gándara o Pazo de La Gándara, también llamado Pazo de Cal. Ni siquiera quedan las cenizas. Se alzó a mediados del siglo XIX y con los avances inmobiliarios a principios del XXI ya había desaparecido.
«Era una casa de dos plantas enormes, tenía un jardín muy grande que daba a la carretera, un patio de más de 3.000 metros, una huerta inmensa llena de frutales con 10.000 metros cuadrados», recuerdan Maria Antonieta de Cal (tataranieta del que fue su más importante propietario, Manuel de Cal y Toimil) y su esposo Justo Mendaza. Asegura María Antonieta que «era el sitio más fantástico que te puedas imaginar». Aquel paraíso tenía una capilla, cochera, lavadero, antiguas carpinterías, y sobre todo una salida a la ría: «La Pesquera, donde esperábamos con ilusión que subiera la marea para bañarnos».
Toda historia requiere su árbol genealógico. Y en el caso del Pazo de La Gándara es el siguiente: fue comprado sobre 1850 por Manuel De Cal y Toimil (nacido en Ferrol en 1823) y habitado por varias generaciones de la familia De Cal hasta que en 1971 se vendió a los Quintía. La mansión pasó de Manuel De Cal y Toimil a su hijo Manuel De Cal y Vicente (1853-1914), que fue alcalde de Ferrol en dos ocasiones y tuvo siete hijos. A su muerte, la gran casa con su finca pasó a manos de su primer hijo varón vivo: Carlos De Cal y Fernández (1891-1962). Y tras el fallecimiento de este último, la propiedad quedó para sus siete hijos. Entre ellos estaba Manuel de Cal y Vara, padre de María Antonieta (nacida en 1961).
Recuerda esta descendiente de los De Cal que «hasta que cumplí los diez años, pasaba allí todos los veranos y más (cuatro meses anuales)... ya estaba un poco deteriorado pero para un niño era fantástico». En 1971 se vendió a Quintía para hacer pisos, pero el padre de María Antonieta se quedó con la huerta e hizo una casa más pequeña «donde siguió disfrutando del color, el olor y la hierba hasta su muerte... y nosotros algunos años más». La desaparición total del pazo sería entre 2000 y 2002.
La expansión urbanística e industrial fue convirtiendo aquel pazo en simplemente un recuerdo. «Forma parte de la historia ya desaparecida de Xuvia, en parte de la finca original se construyó la Casa Cáceres (que hizo el hermano de mi abuelo, Manuel de Cal y Fernández), por allí también estaba Villa Clotilde (que pertenecía a Clotilde de Cal)». La familia también forjó parte de su fortuna en el comercio con Cuba y Filipinas.
«De aquel pazo ya no queda nada, lo compraron en 1971 para construir y se fue tirando», rememora María Antonieta con nostalgia. «Durante diez años, en los veranos disfruté de su magnífica libertad, de lo que supone para los niños jugar de sol a sol por cualquier parte con una sola condición: la de no salir a la carretera», admite. Todo un edén convertido en memoria, en la patria de la infancia.