Hace unos días, Javier Garrote recibió el reconocimiento de su pueblo por la fundación de la Escola de Gaitas de Ortigueira, hace ya cuarenta años. Pocos antes de otra de sus obras, el festival celta. Reconforta que, en tiempos en que lo inmediato y efímero suplanta sin rubor a los proyectos de sólidos fundamentos, la memoria siga viva, bien que un tanto serodia: van cuatro decenios por el camino. Al hilo del recuerdo que traía a este mismo espacio el profesor y gaiteiro Xoan Silvar sobre esta efeméride, evoqué la figura de Javier Garrote a la altura de los años setenta del pasado siglo. A los veinte años todo es posible, claro que a esa edad, Javier ya había experimentado con el piragüismo y el motociclismo -imborrable su imagen sobre una Sanglas 400, cuando el mítico libro de Arias Paz era verbo divino-. Guardo vívido el recuerdo de una figura físicamente esculpida por la gimnasia deportiva, ejercitada con una precisión que se diría inalcanzable para un autodidacta; pero también de una personalidad tallada con una acerada determinación, una perseverancia granítica y una curiosidad ilimitada: una combinación explosiva. Fiel a su linaje familiar, de una conocida estirpe de músicos, es un apreciable gaiteiro y zanfonista. Tras años de paciente trabajo de copista, ha recuperado centenares de partituras musicales, muchas de ellas de autoría anónima. El escafandrismo fue otra de sus aficiones, y fruto de ella ahí quedan infinidad de imágenes de fauna y flora submarinas. No recuerdo que haya emprendido proyecto alguno sin hacerlo apasionadamente. Javier Garrote es ya uno de los imprescindibles brechtianos y un orgullo para su amigos. Enhorabuena.