
Un edificio muy luminoso desde el que es posible ducharse viendo la ría de Ortigueira
27 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.Es posible leer en Google una reseña negativa del hotel de naturaleza A Miranda, en el municipio coruñés de Cariño, en pleno Ortegal y muy cerca de donde los montes de A Capelada se funden con la pacífica ría de Ortigueira. La razón: la estética, que desde luego no es nada tradicional.
Y es que desde el siglo XIX se sabe que todo es según el color del cristal con que se mira. O sea, que para gustos se pintan colores. Porque A Miranda sin duda alguna demuestra que en Galicia no todo tiene que ser piedra vista (algo nuevo en el paisaje histórico, por cierto) o piedra tapada por pintura blanca, y este hotelito es, desde luego, original. Pero en absoluto agresivo.
Lo peor de todo es la llegada. El coche circula por una carretera muy ancha y de buen firme, señalización impecable, anuncio de desvío a la izquierda y entrada en una pista estrechísima con cemento en los primeros metros que hace pensar que por ahí no se va a ninguna parte. Pero son solo dos centenares de metros en los cuales no se ve el hotel, tapado por un edificio grande, este sí tradicional, que está recibiendo los últimos retoques y que tampoco desmerece con la estética de la zona.
Así que esa llegada no permite ir captando fotograma a fotograma. Se arriba y punto. Ahí está el pequeño espacio en el que caben holgadamente solo cuatro o cinco coches y alguno más poniéndose en modo puzle. Austeridad de líneas en esa primera imagen. Un indudable toque nórdico que se nota -y se va a notar mucho más en el interior- en que todo está concebido pensando en la utilidad, no en la ornamentación vacua.
Y una vez dentro ya impresionan los ventanales antes de dar un par de pasos, que van a ser también los protagonistas de la descripción de las habitaciones que dan a la ría de Ortigueira, con esta real villa al fondo. Ese es uno de los activos de A Miranda, la panorámica, que sin duda alguna atrae la atención de cualquier recién llegado. En fin, en el piso bajo, a la izquierda, queda el espacio de los desayunos. También ahí se expone una selección de productos gallegos, mandando las conservas, las cervezas y los vinos (por cierto, muy pocas etiquetas pero diversas y de calidad), con la excepción del jamón, que viene desde Salamanca.
Y es digno de aplauso que se haya impuesto el sistema de cobro europeo: uno anota lo que coge, deja un papelito en el buzón indicándolo y ya lo pagará a la salida. Una confianza en el cliente que se agradece. Sin duda habrá habido pícaros que pillaron y no pagaron, a saber. Pero a esa labor educativa se ha unido este hotel, y eso solo puede merecer el reconocimiento de todos.
A la derecha, una sala común con bien integrada chimenea de dimensiones más que respetables, por suerte sin televisor a la vista, y un aseo. Y al frente un jardín en varios niveles no muy grande pero sí muy demandado en estos meses, tan sencillo en su decoración como el edificio pero que es otro magnífico mirador sobre la ría.
Escaleras al primer piso y ahí están las habitaciones. Mucha madera. Nada de experimentos cromáticos, manda el blanco. Espacios amplios, nula sensación de opresión. Puertas correderas como solución de entrada a esas habitaciones, que tapan otras convencionales. Y en todas partes hay elegantes detalles florales, a la entrada de buenas dimensiones; por las habitaciones, pasillos y dependencias comunes, en plan minimalista.
Todo ello genera un espacio de serenidad y de comunión con la naturaleza. Marisa, al frente del hotel, habla de la estructura de precios, que por supuesto no son bajos. Y es que la calidad hay que pagarla. Hablando de puertas correderas, los cuartos de baño se merecen unas líneas. También las tienen, pero eso no es lo relevante, sino detalles como que el cliente se ducha viendo la ría y, claro está, sin posibilidad de que lo vean a él desde el exterior. Una solución simplemente magnífica, optimista.
No dan comidas ni cenas, pero sí desayunos. Muy bien presentados, dicen con claridad -lo cual se agradece- que hay uno básico que es realmente muy completo y, pagando a mayores, otro con huevos con panceta, tostada de aguacate, tostada con jamón, etc. Eso sí, a repetir lo que se quiera. Puede asombrar, pero Marisa asegura que todo el mundo lo entiende y hasta lo prefiere para evitar el pagar 20 euros y desayunar solo un café y una tostada.
En fin, es muy respetable la opinión de que ese edificio desentona con la naturaleza, pero resulta difícil compartirla. Y lo que sí es seguro es que negocios como este dan valor turístico a la marca Galicia.