
Diego Fernández se pone al frente del negocio que regentaron sus padres, Lando y Mariluz, durante más de treinta años
16 nov 2024 . Actualizado a las 17:23 h.«Es como volver a casa», comentaba ayer una de las decenas de clientes que componen la gran familia del Río Sor, que ha vuelto a sonreír. Este mesón de la avenida da Penela cerró repentinamente en noviembre de 2020, por el fallecimiento de Orlando Fernández, Lando. Dos años antes, en agosto de 2018, Ortigueira ya había llorado a Mariluz Cela, la otra alma del negocio. «Mi madre lo era todo, estaba en la cocina, en el bar, hablando con los clientes, era un motor... y mi padre también, era el que estaba siempre en el bar», recuerda su hijo Diego, de 38 años, al frente del negocio en esta nueva etapa.
La pérdida de su padre, que se sumó al golpe aún reciente de la muerte de su madre, coincidió con la pandemia. «Había restricciones, yo estaba trabajando fuera y era muy complicado atender esto», recuerda este profesor de Hostelería, que ha dado clase en el IES de Foz, donde se formó, y en escuelas de A Coruña y Vigo. Antes, al acabar los estudios, se curtió en el sector en el País Vasco y en A Coruña. En realidad, Diego se crio en el mesón: «Cuando mis padres [originarios de Couzadoiro] cogieron el traspaso [abrieron el 1 de junio de 1986] yo tenía dos años y medio. El Río Sor lo había montado el padre de Antonio Vello en 1964 y después lo había llevado Samuel, el cartero».
La decisión de reabrir se gestó en verano, la fecha inicial era el 7 de octubre y al final fue el 14, con dos de los empleados que ya habían estado en la etapa anterior y otros dos, además de Diego, que se mueve entre el bar y la cocina. «A mi madre, que tenía 22 años cuando empezó aquí, le había enseñado la mujer de Samuel... y ahora vamos a seguir haciendo lo mismo, cocina de toda la vida, como si estuvieras comiendo en tu casa», explica.
Así se sienten los clientes, como en casa. Con la reapertura del Río Sor han vuelto los callos de los jueves de mercado, el caldo y todos los platos de cuchara que elaboraba Mariluz con tanto mimo, el mismo que demuestran Diego y su equipo, con un nuevo integrante desde ayer. Un año antes del cierre, en 2019, habían reformado el establecimiento y esta vez solo han tenido que limpiar y reponer mercancía. Cierran los martes y las tardes del domingo y el lunes, para favorecer la conciliación del personal.
Han sido solo dos años pero, en algunos aspectos, parece otro mundo, como apunta Diego, con los precios de la luz, los alimentos o las bebidas por las nubes, y eso repercute en el negocio y en su viabilidad. «Aún nos estamos adaptando», reconoce este hostelero, que elude cualquier protagonismo en favor de su plantilla y, en especial, de la clientela, que los ha recibido a todos con alegría. «Los clientes no son clientes, son familia, personas a las que ves cada día del año, sabes lo que van a pedir. A alguno le sorprendió que me acordara, dos años después», subraya, agradecido por el cariño y la acogida.