Un vecino de O Seixo cuida uno de los ejemplares que regaló La Voz en 1997
13 jul 2016 . Actualizado a las 09:18 h.Como cada día, el 19 de diciembre de 1997, Antonio Jesús López (Ferrol, 1954) desayunó chocolate con churros en una cafetería de Pontedeume y fue a buscar el periódico antes de entrar a trabajar en una sucursal bancaria de la villa de los Andrade. Pero ese día La Voz de Galicia tenía una sorpresa muy especial, con cada periódico regalaba un abeto. «Era una macetita muy pequeñita y el abeto no levantaba ni cinco centímetros», recuerda Antonio.
Entonces residía en Narón con su mujer Pepa Beceiro y su hija Raquel, pero un año antes de la promoción había comprado una finca en O Seixo con la intención a largo plazo de construir una casa. «Como me gusta mucho la botánica, tengo árboles autóctonos y de fuera, pensé que el abeto de La Voz sería una maravilla para mi colección», recuerda. La botánica, junto con la pintura y el teatro son sus aficiones.
Diecinueve años después el abeto puede medir unos doce metros. «La casa tiene un alto de siete metros y pico y el abeto no llega a doblarlo pero supera la altura de la casa con creces», explica. Está situado en «uno de los sitios providentes del jardín», destaca. «Es lo primero que ves, tras él una especie muy bonita que es la Acacia de Constantinopla, junto con una Tulla Peinada (una especie de ciprés) hacen una entrada preciosa», describe.
Los cuidados
Para cuidarlo, explica, lo que hizo fue «mantenerlo con las ramas bajas pegadas al suelo, como los que hay desde Euskadi hacia el norte de Europa», detalla. Una vez que iba tomando altura, destaca, cortó las de debajo y «queda precioso». «Deja ver el jardín debajo de él y queda precioso», reconoce. De momento, explica, no tiene la envergadura suficiente para poder disfrutar de unas comidas en verano bajo su sombra. «Yo quizá no lo veré, pero algún día la tendrá», espera, ya que este tipo de árbol puede llegar a ser centenario.
Explica que la especie del abeto, aunque es del norte de Europa, «se habitúa perfectamente a nuestro clima». Recuerda que cuando la plantó era tan pequeño y débil que necesitó múltiples cuidados para arrancar. «Era tan pequeñito, tan pequeñito, que tenías que tener cuidado para que no lo comiera la hierba que tenía alrededor. Siempre tenía que ir para cuidar que estuviera despejado a su alrededor, pero tampoco no dejarle mucho por culpa de que esta finca es una solana, está muy soleada, por lo que tenía que procurar regarlo mucho y tenerlo bien cuidadito. Y otra, cuando son tan pequeñitos te lo puede arrancar un animal y puede pudrir si le tocas la raíz», explica.
Árboles autóctonos y bonsáis
Su finca mugardesa se ha convertido con el paso de los años en un pequeño «parque Reina Sofía», bromea. En su jardín en total tiene una treintena de árboles ?«en la finca tengo ejemplares de especies autóctonas de Galicia, sobreira, castaño, carballo, freixo...», recuenta? y su yerno, también aficionado a la botánica, ha plantado unos 400 bonsáis, se está iniciando, señala. Por lo que el futuro de su particular jardín está más que asegurado. «Me imagino que la finca seguirá tan cuidada o mejor de la que la tengo yo», bromea.
Propone que vuelva a repetirse este tipo de promociones con el periódico, pero centrada en especies autóctonas y luchar así contra los eucaliptales. Recuerda que años más tarde de plantar él el abeto se plantaron en la zona unos eucaliptos que ya han talado tras crecer inmensamente más. Sin embargo, invita a pasarse a escuchar el sonido del bosque. «Se puede ver en As Fragas, en la zona autóctona se escucha de todo, sin embargo en los eucaliptales es el silencio total, no hay vida», lamenta.