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Jaime Fraga Ulfe, herrero en Valdoviño: «De esto se vive. En Amazon no puedes comprar lo que yo hago»

ANA F. CUBA VALDOVIÑO / LA VOZ

VALDOVIÑO

Jaime reconoce que siempre se ha sentido afortunado con su trabajo
Jaime reconoce que siempre se ha sentido afortunado con su trabajo JOSE PARDO

La fragua atrajo desde niño a este nedense, que montó su forja en Valdoviño hace una década

18 feb 2022 . Actualizado a las 10:57 h.

Jaime Fraga Ulfe (Neda, 48 años) le gusta mucho Valdoviño —«se lo recomiendo a cualquiera, por la gente, el entorno, el mar... lo tiene todo»— y le apasiona su oficio. «En Valdoviño llevo diez años, aquí me casé y he tenido a mis hijos [...]. Herrero soy desde pequeñito, de cuando metías el hierro en la cocina de la aldea y lo retorcías. También estaban las forjas, ya en desuso, en cada núcleo había una», repasa. Después, y siempre, «la vida te va llevando».

Durante el servicio militar pasó por un taller de máquinas donde veía soldar, y al salir entró en la escuela taller de forja y soldadura de Neda. Trabajó en el sector naval y en el eólico, y la empresa en la que estaba cerró por la crisis que se desató en 2008. «Había empezado a hacerme una casa en Valdoviño... y se me ocurrió la idea de montar algo, y como tenía conocimientos de la escuela taller, me decidí por una fragua, pensando en hacer algún portal... y así enganché», recuerda. Un día alguien le preguntó si hacía punteros, y le encargó tres mil: «Eran para Navantia, los utilizaban, y aún ahora, para unir la cama con la que sostienen los barcos cuando los meten en el dique y los vacían. Son una especie de grapas».

«Son todas piezas diferentes»

En la herrería Jaime la faena es muy variada. «Hago de todo, desde rapas [o cachas] para los percebeiros a bisagras para restaurar casas antiguas, como las que me encargaron para la Ribeira Sacra. Igual que colgadores de forja, cancelas, balaústres...», enumera. Casi todo se puede encontrar en los catálogos de las tiendas, pero las piezas que salen de la forja de este valdoviñés (al menos de sentimiento) «son todas diferentes, y las de fábrica, todas iguales».

Forja el hierro (aclara que, en realidad, lo que trabaja es acero, una aleación de hierro con carbono que, con el temple, adquiere dureza y elasticidad) para dar forma a balcones, barandillas y portales. «También se hacen en una carpintería metálica, pero el hierro se prepara en la fragua, es muy duro, lo ablandas con el calor y luego le das forma, lo enfrías y coge sus propiedades... Es otra cosa, es para toda la vida. Para protegerlo de la corrosión lo galvanizas, por inmersión en caliente en unas cubas de zinc».

Como combustible utiliza carbón de hulla de Asturias: «No vale todo, necesita unas propiedades para tener mayor poder calorífico y no ensuciar el hierro». Trabaja solo, con apoyo de algún albañil autónomo para montajes concretos. Y del martillo pilón: «Me ayuda a estirar el hierro y moldearlo, todo a mano sería imposible». Jaime se maneja con soltura entre la fragua, el yunque, la máquina de soldar, la plegadora, el taladro fijo de pie, la sierra de cinta... «Hay que tener el cuerpo adaptado a este tipo de trabajo. A mí me gusta todo el proceso, y lo que más, el resultado final, sobre todo cosas que llevan tiempo, como la restauración de las puertas del Fontenla Maristany [el centro de salud de Ferrol], tardé meses porque estaban muy deterioradas. Fue muy satisfactorio».

Lo más difícil, los inicios

¿Se puede vivir de la herrería? «Sí, es difícil, pero se vive. No hay competencia, en Amazon no puedes comprar lo que yo hago», responde. Igual suelda una bandeja de acero inoxidable para un restaurante que repara un raño o la pata de una silla. «Todo eso no lo hace nadie, a un taller con varios empleados no le da beneficio». Asegura que lo más difícil fue empezar: «Cuando me di de alta lo primero que recibí fue una multa de cien euros por entregar un papel un día tarde... Comprar la maquinaria, la nave...». Antes de convertirse en una herrería «vistosa, enxebre, que encaja bien en el entorno», esta construcción estaba dedicada a la cría de aves.

Sobre los precios, señala: «Si es algo sencillo es más barato, y si es muy elaborado, más caro. Caros son los seguros, pagas y nunca tienes nada, pero si un portal te cuesta dos mil o tres mil euros, es para toda la vida. Si el cliente queda satisfecho no se acuerda de cuánto le costó». A él le gustan las piezas sencillas, como la estructura de una mesa que le encargaron no hace mucho, de acero natural y barniz mate. También disfruta divulgando el oficio entre los más pequeños y recibe visitas de escolares. «La vida es difícil, yo me considero muy afortunado», confiesa. Y cuando acaba la faena se sacude la pereza, coge la bicicleta y pedalea hasta el faro.