Un niño madrileño recibió en el 2002 el corazón de un hincha del Dépor. Solo en A Coruña se atrevieron a trasplantarlo. Hoy hace vida normal
12 feb 2012 . Actualizado a las 07:00 h.«Yo era un madrileño desahuciado que vino a operarse a A Coruña, donde me dieron una segunda vida. Un corazón gallego lleva diez años latiendo dentro de mí. Me permite vivir, trabajar y hasta jugar al fútbol, así que tengo el orgullo de sentirme parte de esta tierra». Pablo Morales tenía 15 años cuando los médicos del Gregorio Marañón de Madrid le dijeron: «Te queda un año de vida si no te operas ya». Le dieron dos opciones, la sexta intervención quirúrgica para reorientar una vez más una cardiopatía congénita que lo tenía a un paso de la tumba, o un complejo trasplante, con la siguiente advertencia: «Tienes un 80 % de posibilidades de quedarte en la mesa de operaciones. Decide». Cerraron la puerta y lo dejaron pensar un rato junto a su familia.
Pablo se levantaba cada día «amoratado e hinchado como una rana». Había tocado fondo, así que le dijo a sus padres: «No puedo estar peor. Intentaré el trasplante porque gano siempre. Si me muero, descanso y me ahorro un año de sufrimiento. Si salgo, pues perfecto».
Pero operarse no era fácil. Los hospitales rechazaban su solicitud por el altísimo riesgo. Todos, menos uno. «Me operaron en el materno infantil de A Coruña porque no tuvieron valor para hacerlo en ningún otro lado. Aquí me dijeron que lo intentarían. Con eso me llegaba».
Y así se lo hizo saber a los médicos, horas después de que lo citasen por móvil para la intervención mientras almorzaba «una pechuga de pollo con patatas fritas». Ingresó el 22 de febrero del 2002. Se despidió de sus padres y proclamó en el quirófano: «No os preocupéis. Dependo de vosotros, pero, salga como salga, no tengo más que palabras de agradecimiento».
«El cardiólogo, Fernando Rueda, salió de la sala y le dijo a mis padres: ?He tenido que marcharme porque a vuestro hijo le ha dado por pronunciar un mitin ahí dentro y está llorando hasta el cirujano?», recuerda Pablo mientras la sonrisa le roba la expresión, hasta ahora seria.
El cirujano, Claudio Zavanella, lo cogió en el colo y lo besó con ternura. «No te preocupes», le animó. Pablo despertó tres días después en la uci. Lo primero que hizo fue tocarse los tobillos. «No estaban hinchados, algo había cambiado. Tenía una dosis de vida extra y sentí que ya nada ni nadie podría hacerme daño».
Futbolero y madridista hasta la médula desde que tiene uso de razón, Pablo bromeaba siempre con los médicos y les pedía que bajo ningún concepto le pusiesen el corazón de un seguidor del Barça: «No vaya a ser que se me pegue algo». Por eso, llegado el momento, no dudaron en decirle que el órgano pertenecía a un hincha del Deportivo.
Pero el destino le reservaba otra vuelta de tuerca. Dejó el hospital el 6 de marzo del 2002. Esa noche vio por la tele la final de Copa, el Centenariazo del Dépor ante el Real Madrid. A la mañana siguiente acudió a Alvedro para recibir a un pariente y se encontró con la plantilla blanquiazul en el aeropuerto.
«Me recibieron uno por uno en el despacho del director -rememora-. Ellos habían ganado la Copa, yo la mía. Solo que mi gol había entrado por la escuadra. Se portaron de maravilla. Días después contactó conmigo Mauro Silva para invitarme a ver un entrenamiento a puerta cerrada en Riazor. Nunca podré olvidarlo». Desde entonces, Pablo tiene el corazón «dividido». Es del Madrid y del Deportivo. Pero sobre todo, hincha incondicional de Galicia, adonde regresa a menudo «para visitar» a su gente del hospital, y a Óscar y Toñi, primos de unos amigos de Madrid, que me acogieron en su casa de A Coruña. Para mí son como hermanos».