
Antonio Viana Conde fue una autoridad en urbanismo
18 may 2012 . Actualizado a las 06:00 h.H ijo de Rogelio Viana, secretario de juzgado, y Ángela Conde, Antonio Viana Conde nació en Vigo el 6 de diciembre de 1924. Licenciado en Derecho por la Universidad de Santiago, en 1951, con 26 años inició el ejercicio de la abogacía.
Casado con María del Carmen Tomé Lorenzo, de una conocida familia local vinculada al sector de la construcción, el matrimonio tuvo cinco hijos: Antonio, Javier, Marta, Beatriz y Pablo. De ellos, tres han seguido el camino del Derecho (Beatriz y Pablo como abogados en Vigo y Antonio desde su docencia en la Universidad de Navarra).
El urbanismo fue su primera especialidad. En 1992 publicó el libro titulado El arrendamiento urbano en España, en el que denunciaba la inconstitucionalidad de la legislación entonces vigente. Sobre urbanismo versaba una conferencia titulada «Los juristas ante el reto del moderno urbanismo», pronunciada en la Academia Gallega de Jurisprudencia y Legislación (A Coruña) en 1972, donde se contienen reflexiones en torno al tema de la inseguridad jurídica en este campo que siguen siendo hoy un tema de debate, y que atribuía a la falta de voluntad política real para aplicar una Ley del Suelo, tal vez demasiado innovadora.
Su curiosidad iba mucho más allá y entre otros trabajos llevaron su firma La Constitución como cambio y como utopía, El Tribunal Constitucional y Democracia y Derecho. Siempre se declaró un autodidacta; aunque leía en francés, lamentaba no poder leer en su lengua original a grandes juristas del mundo anglosajón.
Cuando ingresó en la Real Academia Gallega de Jurisprudencia y Legislación como académico de honor, su discurso versó sobre Pesquisa en torno al abogado, asentado en los fundamentos profesionales. Estaba reciente el mítico congreso de la abogacía celebrado en León en 1970, en el que participó activamente, que sentó las bases del estatuto de la profesión del año 1982, y reclamo amplias reformas en los derechos y libertades públicas, y en el sistema jurídico.
De la práctica profesional resulta paradójico ?desde una perspectiva actual con profesiones muy especializadas? el abanico de temas a los que un abogado se dedicaba en los años 50-70. Unos grandes y ampliamente documentados, como el célebre caso «del metílico» (desgraciado precedente de la colza); otros aparentemente insignificantes, pero cargados de sentido, como defender a quien reclamaba su derecho a poner un nombre poco corriente a su hijo, rebelándose contra la pequeña ?pero no menor? dictadura del Registro Civil.
Además del prestigio conseguido enseguida en la ciudad, en la década de los 90 su bufete se integraba en un conglomerado nacional de despachos de abogados, Iberforo, donde permaneció largos años.
Se dedicó con entusiasmo a la tarea de consejero de la Caja de Ahorros Municipal de Vigo, a la que estuvo vinculado varias décadas. No sólo le preocupaba el presente sino también las raíces de la institución, que estudió a fondo. Era asesor de numerosas sociedades, desde el Real Club Celta hasta Sigalsa, pasando por Porriñesa de Canteiras SA y Canteiros de Porriño Reunidos SA. Colaboró también en la obra editada por Edersa Comentarios a la nueva ley de sociedades de responsabilidad limitada.
Tenía un fino sentido del humor y era buen relator de anécdotas divertidas y chistes que familia y amigos le animaban a repetir. Amaba la lectura y la buena conversación. Le gustaba estar al día y demostró una actitud abierta ante la revolución informática: ya en 1982 trabajaba con un portátil.
Era muy respetuoso con las opiniones ajenas, pero se rebelaba ante la frivolidad, el papanatismo y sobre todo la injusticia. Nunca concibió la abogacía como una mera gestión de servicios poco atenta a los criterios deontológicos, sino como una experiencia profesional de la justicia. En una conferencia de 1991 en el Colegio de abogados explicaba que «la primera disposición del abogado, es la de quien está dispuesto a dar la ayuda. (?) No deben aceptarse relaciones que uno no esté dispuesto a llevar a sus últimas consecuencias. La aceptación es, lógicamente, un acto voluntario, pero después de aceptarla implica deberes que no sólo tienen que ver con la ciencia o conocimientos que uno pueda tener, sino con vinculaciones éticas».
memoria de vigo Por Gerardo G. Martín
gegonma@gmail.com
Al igual que su implicación con la cultura (fue uno de los primeros accionistas de Galaxia), su participación en política fue fruto del deseo altruista y el compromiso intelectual de colaborar con el bien común de Galicia y España en la Transición, más que una vocación de militancia. A pesar de ello, fue vicepresidente del Partido Galeguista. Difundió un humanismo cristiano manifestado en la centralidad de la atención a su familia, la fidelidad a sus amigos y la capacidad de compadecerse de las personas con dificultades. En diciembre de 1998 asistía al partido Celta-Español cuando sufrió una parada cardio-respiratoria. Ingresó en Povisa y falleció días después. Su entierro en Pereiró demostró el aprecio que se le tenía. Celebró el funeral su hijo Antonio, que es sacerdote.