
30 voluntarios, con Sor Milagros, atienden la cocina de San Francisco
22 jul 2012 . Actualizado a las 07:00 h.Ferrán Adriá creó en El Bulli una perfecta organización de la cocina que hoy imitan restaurantes de todo el mundo. Hay libros y documentales sobre ello. En el comedor La Esperanza, en O Berbés, no preparan espumas de foie ni aire de trufa. Pero el trabajo ha de ser perfecto para dar de comer cada día a más de doscientas personas en unas instalaciones pensadas para 80 plazas. Están desbordados.
La jornada en cocina comienza a las 8 de la mañana. Sor Milagros de la Fuente se reúne con las cocineras y voluntarias para cerrar el menú del día. Hoy es jueves y habrá, de primero, lentejas o salpicón de tomate y atún; de segundos, pizza o rapantes al horno. «Nos ajustamos a las donaciones que recibimos y a los productos de temporada», explica la religiosa, de las Hijas de la Caridad, que atienden un comedor que gestiona la Fundación Casa de la Caridad de Vigo. Cinco monjas, dos cocineras-limpiadoras contratadas y 35 voluntarios se encargan de que la maquinaria no se detenga ninguno de los 365 días del año.
De lunes a sábado, el comedor, situado en el antiguo convento de San Francisco, sirve comida caliente. Los domingos y festivos, una bolsa con dos bocadillos, galletas y fruta.
Los menús apenas se repiten. Se ajustan a las donaciones. El Banco de Alimentos y Cruz Roja hacen las principales aportaciones en especie, además de particulares. «Pescado solemos tener, porque estamos delante del Berbés y no suelen faltar quien nos lo traiga, fresco o congelado», explica una cocineras.
A través del Mercado Europeo reciben fruta y, también, donativos anónimos y de los socios. Tienen una aportación fija del Concello, donativos de socios y de ciudadanos anónimos, y en momentos puntuales, alguna ayuda de la Diputación.
Con todo ello, se van arreglando para dar de comer a unos usuarios cuyo número, en los dos últimos años, no para de crecer. «Casi hacemos turnos, porque cuando abrimos, a las 12.30 horas, el comedor se llena y muchos tienen que esperar en la puerta», explica Sor Milagros. El comedor cierra a las 13.30, pero los horarios son flexibles: «Si llega alguien con hambre a las cinco y media, siempre encontraremos cómo darle de comer; aquí atendemos a todos».
Monjas, cocineras y voluntarias van preparando el menú. A las 11.00 ya están las lentejas en dos grandes pucheros. Y todo se centra en los rapantes preparados para hornear. Pero un accidente trastoca los planes: una de las religiosas se corta un dedo y tiene que ser trasladada al Hospital Xeral. «La han cosido, pero va a perder la yema», explica Sor Milagros cuando regresa. «La cocina es así, a veces pasan estas cosas», se resigna.
Pese al incidente, el ritmo de cocina no decae. A las 12.15, bajan los pucheros en un pequeño ascensor hasta el comedor, donde media docena de voluntarios han repartido ya el postre: dos plátanos y un yogur. A las 12.30, entra la avalancha. El comedor se llena en cinco minutos. No parará, a pleno rendimiento hasta una hora más tarde. Luego, toca limpieza y pensar en el día siguiente. En El Bulli de los pobres, hay hambre que saciar los 365 días del año.