Ramón Conde muestra su nueva etapa en el Simeón
17 sep 2012 . Actualizado a las 06:00 h.En el Centro Cultural Marcos Valcárcel de la Diputación -sala 1, de la planta baja- y hasta el próximo día 28 de octubre, expone sorpresivamente una nueva etapa de su obra el escultor Ramón Conde (Ourense, 1951), bajo el título Unha mirada sobre as actitudes humanas. En el díptico programático del centro expositivo, puede por cierto leerse que esta muestra se debe abordar «poñendo énfase na imaxe que proxectamos, a relación interpersoal que sempre encobre relacións de poder e por último o xesto como vehículo de transmisión dos nosos sentimentos». Sobre esta base inicial, me parece muy interesante distinguir ya de entrada, aquí y ahora, entre las famosas esculturas de los dos únicos creadores de gordos existentes a nivel internacional, que son por genio y figura artísticos de sus creaciones, o bien el mismo Ramón Conde, o asimismo también el pintor, escultor y dibujante colombiano Fernando Botero Angulo (Medellín, Antioquia, 1932).
Pues bien, ambas creaciones -verdaderamente exclusivas- de ese género, aparte de coincidir en un determinado tipo de escultura único en la historia del arte, están situadas en las respectivas antípodas. Empecemos por los gordos -o, mejor, las gordas- de Botero. El antiguo crítico de arte hispano-mejicano de origen santanderino José de la Colina, considera que los seres de Botero son grandes niños naïf «volumétricos» -pintados en cuadros o moldeados en esculturas- que miran sin mirar y pasan insensiblemente de lo cómico a lo trágico: meras figuras de carne hinchada sin esqueleto o nervadura ni alma, personajes muertos. Conste que lo aquí dicho vale sólo para comparar, no para despreciar de ningún modo ni mucho menos. Puedo decir que personalmente me precio de haber tenido la suerte de contemplar las dos exposiciones históricas de grandes esculturas al aire libre de Botero celebradas en la avenida de los Campos Elíseos de París y en el paseo de la Castellana de Madrid.
Antiguo y nuevo Conde
La mejor crítica de la obra de Ramón Conde que yo conozco es la de Ramón Rozas de 2003 formulada en el tomo 84 de la colección Artistas Gallegos de Nova Galicia Edicións. Y, en esa crítica, Rozas establece certera y específicamente, tanto el expresionismo, como el surrealismo, esenciales a las figuras de la escultura de Conde. Esas figuras en sí mismas «nin masculinas, nin femeninas ?, como un ser andróxino», que «son gordos, non sabrías distinguir se son hombres ou mulleres, se son novos ou vellos». Ahora bien, Ramón Rozas reconoce a dichas figuras «profundas connotaciones expresionistas», que ve en «los grandes volúmenes, as posturas forzadas, o xogo dos equilibrios, o carácter solitario das pezas». Y, en suma, aprecia cómo Ramón Conde «entende a escultura como un medio de expresión de sentimientos ou de exploración dun estado de ánimo».
Por otra parte, en fin, Rozas estima que Conde busca así «poder expandir todo o seu repertorio de ansiedades, medos e soños». A propósito de los sueños de Conde, viene bien tener en cuenta lo dicho acerca de ellos por la biografía que incluye el catálogo de esta exposición: «En 1971 ingresa na Facultad de Filosofía e Letras de Santiago. Nesos anos descubre a sicoanálise, feito que influirá enormemente no seu mundo intelectual e artístico pola importancia das teorías da Freud e dos mundos oníricos na concepción das súas obras». En fin, la obra de Ramón Conde añade en esta concreta y última muestra a los cuerpos los rostros, con piezas que responden al llamado gran primer plano cinematográfico, por cuanto las cabezas llenan el encuadre. Esas esculturas son ya en parte sólo cabezas, como la que figura en la imagen de la portada del cataólogo. Y condensan el gesto y la actitud, cuando Conde, en el catálogo de la presente muestra, afirma: «El gesto junto con la actitud son los vehículos del lenguaje para expresar las emociones».