
El arcipreste de Cabral ordena dar sepultura al borde de un camino de la parroquia al niño Antonio Pazó que falleció sin recibir la confesión
09 oct 2012 . Actualizado a las 07:00 h.La noticia corrió como un rayo por toda España. Un niño de once años era enterrado al borde de un camino en la parroquia de Cabral porque el arcipreste de la feligresía había denegado el entierro en el cementerio, alegando que había fallecido sin recibir el sacramento de la confesión. El periódico vigués La Concordia difundía la noticia a comienzos de octubre de 1877 y, en días posteriores, otros medios de comunicación españoles se hacían eco de la noticia, expresando en algunos casos, como El Solfeo, su indignación. «La Concordia refiere un hecho que en todas las naciones civilizadas será tenido por imposible», señala el diario. «Yo no me explico de qué modo puede recibir la confesión una infeliz criatura que cae de un árbol y queda muerta al llegar al suelo. Aunque en las copas de los pinos se pusiesen confesionarios y los presbíteros se anduvieran por las ramas, que no se andan, difícil sería que el que tiene la desgracia de caer de un árbol pudiese recibir en el aire los sacramentos», reflexiona el periodista.
Hacía solo un año que había concluido la última guerra carlista, aunque los bandos tradicional, con gran raigambre en el clero, y el liberal, que aprovechaba toda ocasión para censurar hechos más propios del medievo que de un sociedad de finales del siglo XIX, seguían claramente situados en la sociedad española.
Nombres de Dios y Jesús
El niño, que se llamaba Antonio Pazó, falleció como consecuencia del golpe recibido tras caerse de un pino en la parroquia de Cabral. Verificada la autopsia, el juez municipal de Lavadores mandó darle sepultura, pero el párroco y arcipreste de Cabral «no solo se negó a que se le diera sepultura eclesiástica sino a toda ceremonia religiosa, haciendo que lo enterraran en un camino, todo ello por haber muerto inconfeso».
El padre fue a denunciar la injusticia al obispo de la diócesis de Tui, alegando que «el niño era bastante religioso y pronunció al caer los nombres de Dios y Jesús».
El día 9 de octubre, «apenas tuvo conocimiento el ilustrado y digno prelado que gobierna esta diócesis, del desagradable suceso ocurrido en Cabral, encargó al señor abad de Santa Cristina de Lavadores, formase el correspondiente expediente en averiguación de los hechos, pues sin este requisito no era posible formularse su imparcial y recto fallo», informaba El Diario de Santiago.
Concluido este trámite, el obispo tudense resolvió que los restos mortales del niño Antonio Pazó fuesen restituidos al cementerio de la parroquia de Cabral. Además, ordenó que se inscribiese en el libro de defunciones y se pudiesen realizar las honras por «el descanso eterno de su alma, como católico le corresponden». «Con sumo placer hacemos público el satisfactorio resultado de un hecho que tanto alarmó la opinión pública, hecho que podemos asegurar no se verá reproducido, dada la imparcialidad actual del virtuoso e ilustre Obispo de Tuy y del clero en general, cuya ilustración les libra de las falsas interpretaciones a que está expuesta la ochentona y débil imaginación del arcipreste de Cabral.», concluía la historia El Diario de Compostela.
En octubre de 1877 se habían acabado las obras de construcción del cementerio de Bouzas, entonces ayuntamiento independiente. Sin embargo, el nuevo camposanto se enfrentaba a una más que probable demolición. La razón principal de ello está en que no fue solicitada la autorización eclesiástica.
Se añadía como una dificultad más que hubiese sido construido en un terreno perteneciente a Coia. Finalmente, la tercera razón para ordenar su demolición era muy práctica. Se decía que una vez reconocido el terreno resultaba que no reunía las condiciones para el caso «pues a menos de un metro de profundidad aparece agua en abundancia, que es la que forma el cauce de las fuentes que abastecen la parroquia».
Cambio de cañones
En este mismo mes comenzaban las tareas de cambio de los cañones del baluarte de A Laxe. A finales del mes de septiembre habían sido desembarcados del vapor Pilar en el puerto de Vigo cuatro cañones. Estas piezas, que proceden de la fábrica de Trubia, son de hierro reforzado con cinchas, acero de 21 centímetros de calibre y con un peso de 5.450 kilogramos, cada uno de ellos. Junto a ellos, llegaron también doscientas granadas. La plaza viguesa había sido desartillada con urgencia durante la tercera guerra carlista para reforzar los fuertes de Bilbao.
El cambio de artillería en Vigo supondría el fin de los cañones de carga frontal, que serían sustituidos por artillería de avancarga. Existen dos fotografías, posiblemente de Felipe Prosperi, en las que se pueden ver los dos tipos de cañones en el mismo baluarte de A Laxe.
Aquellos mismos días, fallecía en Vigo Norberto Velázquez Moreno, todo un magnate local, propietario de 33 casas nuevas, «un teatro, un matadero y el lazareto».