Al día siguiente de su batacazo en las urnas, el ciudadano Mario Conde nos descubrió de qué iba su simpática intentona electoral: «Toca cena. Ya en Madrid. Mañana sigue la vida normal», escribió en su cuenta de Twitter el exbanquero metido a político. Había quedado en el séptimo lugar en las elecciones gallegas, por detrás del partido Escaños en Blanco. Y se fue. A su vida normal. A Madrid.
Pero como reclamaba políticos que cumplan, a Mario Conde lo imaginamos estos días atareadísimo, estudiando cada iniciativa parlamentaria gallega con honda preocupación, pulsando la opinión de la calle con sincero desasosiego, reflexionando con empeño sobre los problemas de la provincia por la que quiso ser diputado, pormenorizando alternativas creíbles, realistas, cercanas a la realidad; haciendo efectiva esa política alternativa que pregonaba cuando la política oficial, ay, lo expulsaba por reclamar otra forma de gobernar y hasta una banca ética (sic). Conde ha sido una especie de 15-M de corbata y zapatos italianos. En estos tiempos de zozobra, hacen falta moiseses. Quien más y quien menos se apuntaría a una sentada; si no es de pancarta y camiseta, pues será de copa y puro en sofá de cuero. Allí bien al fondo y bien a la derecha.
No me hagan caso, pero sospecho que va a pasar mucho tiempo hasta que el ciudadano Mario Conde vuelva a dejarse caer por Vigo, la ciudad donde cerró su campaña electoral. Y no porque aquí viva el juez ponente de la sentencia de la Audiencia Nacional que lo condenó a seis años de cárcel por apropiación indebida de 600 millones de pesetas -luego hubo más sentencias-, un señor que se llama Ventura Pérez Mariño; sino por una razón mucho más sencilla, mucho menos simbólica y terriblemente previsible. Porque todo esto, a Mario Conde, le importa un bledo.
angel.paniagua@lavoz.es